Os voy a hablar de dos diálogos de padres hacia sus hijos que tuve la suerte de presenciar una tarde mientras paseaba con mis perros, en dos momentos diferentes:
Primero iba un padre con su hijo de unos 4 años caminando. El padre le preguntó, “¿qué has hecho hoy en el cole?” A lo que el peque respondió orgulloso: “papá hoy hemos hecho una carrera”. El padre interesado le preguntó “¿Cómo has quedado? ¿Has ganado?” y el peque contestó de nuevo mirando a su padre: “papi he corrido muy bien”. El padre insistió “¿cómo has quedado?”, a lo que el pequeño respondió: “no lo sé”. El padre le insistió “¿has quedado primero, segundo?”. El pequeño le contestó “¿es importante?”. Y la respuesta que obtuvo de su padre fue un simple “mucho”.
El segundo diálogo fue inmediatamente después, al pasar por las canchas públicas de baloncesto que hay detrás de mi casa. Había un padre intentando enseñar a su hija de unos 6 años a encestar: cogía la bola, se la pasaba y le decía apunta y tira fuerte. La niña no lo conseguía y decía: “papá, es muy difícil”. El padre enseguida contestó “lo sé, pero tú puedes”. Ella siguió y ante la frustración de no poder lloriqueó un “no voy a poder”. Su padre de nuevo le dijo “sí vas a poder, y yo te voy a ayudar. No importa si la metes a la primera o si tardas mucho, se trata de intentarlo y mejorar. Ahí está el secreto y nunca te digas no vas a poder. Puede que necesites ayuda para cosas y que haya cosas que no te salgan bien, pero lo importante es que trataste de conseguirlo…” La niña siguió intentándolo con ayuda de su padre.
Los mensajes que damos en la infancia son muy importantes. Muchos de ellos construyen la autoestima y se sitúan en la base de esta, que hace referencia al concepto que tenemos de nosotros mismos y a las habilidades con las que nos enfrentamos a distintas situaciones en la vida.
A veces sin darnos cuenta lanzamos a los niños mensajes erróneos que minan su autoestima: en el caso del primer niño, orgulloso de haber corrido muy bien, porque seguramente su profesor así se lo hubiera señalado le hemos transmitido que el proceso no es importante. Sólo el resultado, y que él es valioso para su figura de referencia según los logros obtenidos.
No se trata de decirle al niño que va a lograr algo para lo que no tiene habilidades, porque si no tiene habilidades y no va a acercarse al objetivo probablemente acabe muy frustrado y desmotivado. Se trata de hacerle entender que el proceso es algo importante para obtener un buen resultado, algo independiente de si ese resultado es exitoso o no tanto.
Pongamos un ejemplo que puede arrojarnos luz sobre el tema: imaginemos dos alumnos que se preparan un examen, uno con pocas habilidades académicas porque quizá no sea muy inteligente o su atención no funcione de manera adecuada o incluso su proceso de escolarización se haya visto interrumpido o alterado por distintas circunstancias. El otro alumno, inteligente, con buena memoria y muchas habilidades académicas.
Ambos alumnos tienen una prueba en el centro educativo para la que se han preparado, el primero se ha estructurado semanas antes, se ha dividido la tarea y ha tratado de memorizarla lo mejor posible. El segundo se lo ha leído tumbado en la cama la tarde de antes, con eso tiene de sobra. El primer alumno obtiene un 6 y el segundo un 7.
¿Qué habrán aprendido cada uno de ellos?
¿Es mejor el rendimiento del segundo alumno frente al del primero en conjunto?
La verdad es que las respuestas a veces son difíciles, pero el proceso cuenta y no siempre el resultado refleja el esfuerzo para llegar a él, sino unas habilidades innatas que no todo el mundo tiene.
Por eso te animamos a varias cosas:
- Propón a tus hijos retos. Algunos que puedan alcanzar de manera fácil y otros que exijan fracasar. Así les harás con mayor tolerancia a la frustración
- No valores el resultado, a veces algo numérico no refleja las verdaderas circunstancias a las que se enfrentan
- Interésate por sus progresos
- Valora el proceso por encima del resultado, así serán adultos implicados en sus procesos y los de las personas que les rodean
- Si algo les emociona, no le quites valor. Haz que se sientan escuchados y muéstrales que sus cosas te interesan, aunque todos sabemos que a veces es difícil
- Enséñales a valorar los éxitos de los demás y el esfuerzo
- La competitividad está bien, pero incluso el más laureado puede tener un día malo. Hay que felicitar a los contrincantes
- Si tiene habilidades valóralas, no les restes valor. Tampoco exageres, que crezca su autoestima basada en las cosas reales por las que destaca, se le dan bien o sencillamente pone interés
En resumen, seamos conscientes que hay muchos mensajes que damos a los niños que calan y van con nosotros hasta la vida adulta. Pequeños detalles como estos hacen adultos frustrados por no obtener un resultado, con mal perder. Adultos que no se enfrentan a retos ante la posibilidad de fracasar o que dejan de probar cosas perdiendo muchas oportunidades por si no son exitosos. Que abandonan ante las dificultades pensando que nunca van a llegar a la meta porque no valoraron el proceso.

Licenciada en Psicología.
Experto en Terapia de la Conducta Infanto-juvenil y Familiar. Especialista en Atención Temprana. Experto en Clínica e Intervención en Trauma y E.M.D.R. niveles I,II y III. Diplomada en Educación Social. Psicóloga especializada en Duelo infantil y juvenil de la Fundación Mario Losantos del Campo.