Me he pasado medio verano observando a los niños en sus ansiadas vacaciones, lo que implica dedicar un tiempo infinito a observar a sus padres y las interacciones entre los infantes y sus progenitores. Tengo que confesar que esa actividad la practico desde hace tiempo y me entretiene a la vez que me enseña muchas cosas.
Este verano me he dado cuenta de la importancia de la sonrisa, todo el mundo quiere hijos felices, hijos contentos, hijos con éxito en la vida, así que los preparamos para desarrollarse como triunfadores en un mundo en el que la felicidad impera.
Entre mis observaciones he podido disfrutar viendo:
- Padres que evitan que sus hijos se caigan cogiéndoles al vuelo aun a riesgo de su propia integridad
- Padres que se dejan ganar en todo para que sus hijos celebren su victoria
- Los que llevan todo el día al niño en brazos porque si lo tumban llora
- El modelo relámpago que se levanta de donde esté a consolar a su hijo ante el más mínimo puchero
- Adolescentes a los que permiten hacer lo que quieren para evitar una bronca
- Niños comiendo lo que ellos deciden en restaurantes por no discutir
- Padres cargando con infinidad de cosas para entretener a sus hijos
- Padres llevando todo el material veraniego a cuestas mientras sus hijos saborean un delicioso helado
Como estas podríamos poner mil ejemplos de distintas situaciones que todo observador hábil se ha encontrado alguna vez.
Si estas actitudes siguen así y se mantienen en el tiempo, con la idea extendida de que sólo estamos en este mundo para ser felices, los niños no deben sufrir, y los padres siguen protegiendo a sus hijos, solucionándoles los conflictos, defendiéndolos por encima de todo lo que nos vamos a encontrar son pequeños monstruitos alejados de aquellos triunfadores que pretendían sus progenitores mientras les dejaban ganar, hacían que triunfasen, dibujaban sonrisas constantes…
Algunas de las actitudes más comunes en estos niños suelen ser:
- Lloros ante la más mínima cosa que no les sale: os recuerdo que son niños, así que habrá mil cosas que no les salgan a la primera, si lo multiplicamos por los lloros y quejidos tendremos un bonito número de lloriqueos diarios y quejidos constantes –»no puedo», «yo sólo no sé», «ven tú y ayúdame», etc.
- Abandonos de actividades: da igual que sean deportivas, lúdicas, académicas, si ven dificultades, como no están acostumbrados huirán en dirección contraria evitando un fracaso al que no están acostumbrados.
- Baja capacidad de esfuerzo: les cuesta mucho todo aquello que les requiere esforzarse; lógico, no se han acostumbrado, cuando han necesitado algo lo han tenido inmediatamente, así que es imposible que sepan para qué es útil ser constante.
- Baja Tolerancia a la frustración: lo habréis oído muchas veces, nos indica que el niño ante el mínimo esfuerzo, la mínima contrariedad, un problema se va a dar por vencido, va a quejarse o va a coger una rabieta expresando su enfado por no conseguir lo que quiere en ese momento.
- Incapacidad para demorar el premio o planificarse para llegar a un resultado: quieren las cosas como las han conseguido hasta ese momento, en ese preciso instante, imaginaros en época escolar lo que supone.
- Escasez de recursos y de habilidades para solucionar sus problemas o dificultades que les surjan en la vida cotidiana.
Si mimamos en exceso a los pequeños, si no les dejamos equivocarse, si no les animamos a conseguir sus metas sino que se las acercamos para que el esfuerzo no sea grande, si no dejamos que lloren… Crecerán siendo niños malhumorados, con problemas, con pocos recursos para afrontar dificultades, enmadrados o empadrados, ñonos… En definitiva, crecerán y seguramente necesitarán atención psicológica después por su incapacidad para esforzarse y demorar las recompensas.
Ojo, se puede mimar a nuestros hijos y se debe, pero siempre dentro de los límites razonables, hay que permitirles llorar, caerse, equivocarse y la labor idónea es estar cerca para animarles a volver a intentarlo, ayudarles a levantarse o a programar sus objetivos para conseguirlos.
Licenciada en Psicología.
Experto en Terapia de la Conducta Infanto-juvenil y Familiar. Especialista en Atención Temprana. Experto en Clínica e Intervención en Trauma y E.M.D.R. niveles I,II y III. Diplomada en Educación Social. Psicóloga especializada en Duelo infantil y juvenil de la Fundación Mario Losantos del Campo.