El lunes empiezo. ¿Cuántas veces habremos dicho esta frase? Y empezamos, y con suerte llegamos al martes… Aunque otras veces vamos mejor mentalizadas y aguantamos el régimen unas semanas, en alguna ocasión incluso unos meses… Pero al final resulta que seguimos leyendo artículos como este, buscando otra forma, otra manera, la definitiva… y vamos acumulando fracasos a nuestras espaldas, y nuestra confianza es cada vez más débil, y casi casi empezamos ya sabiéndonos fracasadas a largo plazo, porque también en el fondo sabemos que no hay milagros ni dietas mágicas. ¡Qué nos van a contar a nosotras de dietas! Al final sabemos más que cualquier médico, las hemos probado todas y hemos leído de todas…
Saber la teoría de por qué y cómo adelgazar no basta; eso solo no adelgaza. Y querer adelgazar con todas nuestras fuerzas tampoco basta; tampoco adelgaza. Y estar hartas de ver en el espejo un cuerpo que no nos corresponde tampoco adelgaza. Y vamos pasando del intento al fracaso y luego a la resignación porque total, lo importante es ser feliz, y luego otra vez al intento, y otro fracaso, y otras frases sobre lo superficial de nuestra sociedad que valora tanto el aspecto… y seguimos viéndonos en un cuerpo cada vez más extraño, sintiéndonos a disgusto con nosotras mismas…
¿Por qué este artículo, que empieza de forma tan deprimente? Porque no hay por qué resignarse; porque es posible conocer las claves del cambio y aplicarlas para que el cambio sea de verdad, para que nos reencontremos con nuestro cuerpo, el de verdad, aquel en el que estamos a gusto, y lo cuidemos sin que todo eso suponga un sacrificio eterno.
¿Cuáles son esas claves? La clave del adelgazamiento nunca es la dieta; la dieta, la que sea, es un mero instrumento, una herramienta, que debe cambiar según cambian nuestro peso o nuestros objetivos. La clave tampoco es la motivación: se da por supuesta, es necesaria pero los fracasos no son por falta de motivación, son por otras razones. Hablamos de otras claves, de las claves del funcionamiento personal, del ajuste entre lo que hacemos y lo que querríamos hacer, del ajuste entre el punto al que queremos llegar y el camino que elegimos para conseguirlo. Aquí van algunas de esas claves:
– Actitud. Nadie me obliga a intentarlo; yo he decidido cambiar porque quiero, no soy un sujeto pasivo que tiene que obedecer resignadamente las prohibiciones de una dieta. Soy la dueña del proceso, y si decido no comer algo es porque así lo quiero y decido, no porque “no debo” o “no puedo”. No estoy empezando una vida de sufrimiento, triste y sin placeres gastronómicos varios; estoy colocando al alimento en su sitio, estoy reordenando mis prioridades. Adjudicar a la comida cualidades que no tiene no me ayuda; ya llevo tiempo utilizándola como sustituto o compensación de otras cosas y ya he visto el resultado: ya está bien. La comida es sólo comida, debe ser sólo comida, y mis alegrías y placeres, o mis formas de manejar problemas o frustraciones tienen que ser ajenas a ella. Puedo ser igual de feliz sin comer porquerías o sin comer en exceso; es más, si dejo de utilizar la comida como premio o como consuelo puedo ser incluso más feliz. Así que ánimo, que no es verdad que la vida sea más triste si dejo de comer como hasta ahora; tengo que redescubrir cómo vivir sin refugiarme en la comida desde una actitud decidida y animada.
– Esfuerzo. Pues sí, ya lo siento. Hay que mentalizarse de que al principio no es fácil en absoluto y hay que asumir una cierta dosis de sacrificio y malestar; si no estamos dispuestas, mejor ni intentarlo (recordando a Einstein: “locura es hacer siempre lo mismo y esperar resultados distintos”). La clave está en conseguir que el esfuerzo y el sacrificio no sean excesivos, irlo adaptando a nuestra capacidad de aguante para no superarla. Un gran control siempre lleva asociado, antes o después, un gran descontrol. No se trata de hacer heroicidades ni enormes sacrificios; no estamos “aguantando durante una temporada hasta bajar X kilos”. Si es así, bajaré X kilos y en cuanto “acabe la dieta” los volveré a coger. Estamos aprendiendo otra forma de vivir, no se trata de estar a dieta eternamente, se trata de incluir renuncias y esfuerzos que puedan permanecer estables, con o sin dietas. Por ejemplo, tendré que asumir que no volveré a comer X (¿ej. comida basura?) salvo en ocasiones muy excepcionales, esté o no a dieta.
– Conocernos: comprender nuestro cuerpo. Tenemos que saber un mínimo de nutrición y un mínimo de cómo funciona el organismo en el proceso de utilización de energía. Aunque siempre hay que contar con la ayuda de un profesional para supervisar el “qué” y el “cómo”, no deberíamos delegar en nadie el entender el “porqué”, tenemos que comprender lo que pasa y por qué pasa, tenemos que controlar el proceso para tomar buenas decisiones en situaciones imprevistas y, sobre todo, para dar significado a los parones, a las cogidas de peso inexplicables, a los momentos de adelgazamiento lento… y así evitar los pensamientos de desánimo y frustración tan innecesarios como peligrosos.
– Conocernos: comprender nuestra mente. No somos máquinas, no somos iguales. Lo que le sirve a alguien no tiene por qué servirme a mí; yo soy única, tengo que descubrir y andar mi propio camino. Yo tengo mis propios momentos difíciles, mis tentaciones, mis ilusiones y deseos, mis trampas mentales (esas que me llevan a dejar de intentarlo, esos pensamientos que me llevan a tirar la toalla, del estilo de “bueno, por esta vez no importa”, “ya total, de perdidos al río”, “bueno, mañana compensaré”, “¡cómo no voy a saltármelo hoy, que es tan especial!”…). No debo empezar a cambiar sin antes conocerme y re-conocerme, sin pararme a hacer explícitos mis funcionamientos, los que me pueden ayudar y los que me están perjudicando y me impiden conseguir la última y más importante clave:
– Constancia. Ninguna guerra se gana si uno se rinde al perder una batalla. Ninguna carrera se gana si dejamos de correr antes de terminar, y esta carrera es un maratón. Es fundamental olvidarnos del bendito “llevo tanto bajado en tanto tiempo” como si estuviéramos compitiendo contra el tiempo. El tiempo es nuestro aliado. Tenemos todas las de ganar, pero sólo si nos lo tomamos con calma y sin prisas.
Podemos. Esta vez sí. Da igual que no sea lunes: empezamos.
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