“¿Y si tomo la decisión equivocada?” “¿Y si defraudo a mis padres?” “¿A mi novio/a?” “¿A mis amigos?” “¿Y si me rechazan?” Estas son algunas de las preguntas que rondan sin cesar en la cabeza de una persona con un estilo de personalidad dependiente.
Ser afectuoso, anteponer en ocasiones el bienestar de los demás al propio, resultar amable, considerado… son cualidades positivas en las personas. Tener la capacidad de amar de forma incondicional y duradera puede ser una gran virtud; sin embargo, en el momento en el que el miedo a perder al otro empieza a dirigir nuestra vida nos acercamos a un área peligrosa.
Cuando los hechos citados a continuación son frecuentes en nuestra vida, muchas de las situaciones sociales y personales se nos hacen cuesta arriba:
- Sentirme incómodo o indefenso cuando estoy solo.
- Necesitar que los demás asuman la responsabilidad de mi vida no solo pidiéndoles la opinión si no necesitándola para cada paso que doy.
- Sentirme inseguro respecto a mis capacidades y juicio crítico.
- Tender a subordinar mis sentimientos con tal de conseguir la aprobación de los demás y así no arriesgarme a perderlos.
- Anteponer los intereses de mi entorno al mío propio, procurando no expresar desacuerdo por miedo a la pérdida de su apoyo.
- Cuando termina una relación importante, buscar urgentemente otra y correr el riesgo de ir demasiado lejos con tal de lograr la protección y el soporte del otro por miedo a ser abandonado.
Esta vivencia de incapacidad para valerse por sí mismo genera mucha ansiedad y a la larga, la desesperanza y la vivencia de indefensión, profundizan la tristeza.
Cuando tenemos puesta la vista siempre fuera, en el otro, nuestra identidad queda definida por él, “Yo soy en función del otro”, “soy valioso si el otro me considera valioso”; por tanto, si pierdo al otro me pierdo a mí mismo. Las personas con un estilo de personalidad dependiente no han sido capaces de ir labrando una identidad a través de su propia experiencia vital, no se han atrevido a tomar sus propias decisiones, a equivocarse, caerse y volverse a levantar aprendiendo y creciendo con esta experiencia.
A veces, este aprendizaje tiene su origen en un estilo educativo parental sobreprotector en el que no se ha fomentado la autonomía del niño, o en la vivencia de falta de atractivo o incapacidad para competir durante la adolescencia… sea cual sea la explicación, el resultado es un auto-concepto negativo donde la persona se ve a sí misma frágil, débil e incapaz.
Sin embargo, muchas son las cualidades de estas personas. Por ello, ayudarlas a descubrir sus fortalezas, potenciar sus habilidades y fomentar el conocimiento de sí mismas, será un trabajo fundamental en terapia para poder frenar los patrones previos de relación a los que están acostumbrados y fomentar así su desarrollo personal, libre de miedos y ataduras.
Para alcanzar estos objetivos terapéuticos, a través de la terapia cognitivo-conductual fomentaremos la auto-observación y la autoevaluación. Examinaremos las creencias del paciente acerca de su capacidad, el miedo al abandono y la autonomía. Cuestionaremos estas contrastándolas con la realidad a medida que el paciente se va exponiendo satisfactoriamente a diferentes situaciones, y veremos como la experiencia de logro de las metas que se van alcanzando fortalece su auto-concepto sustituyendo las auto-percepciones de incompetencia y debilidad por las de autoconfianza, capacidad y autonomía.
Buscaremos que el paciente aprenda a actuar con independencia de los demás, pero siendo también capaz de desarrollar relaciones estrechas e íntimas separándose poco a poco de los otros significativos y aumentando, como decíamos, su autoconfianza y su sentido de la propia eficacia.
Por tanto, la persona aprenderá que para sobrevivir no necesita a alguien más fuerte a su lado si no compartir recíprocamente sus vivencias con él/ella. Empezará a relacionarse con los demás desde el quiero en lugar del necesito.
Así mismo, en los casos en los que haya un déficit de habilidades, se entrenará al paciente en asertividad, resolución de problemas, toma de decisiones y habilidades sociales para aumentar su competencia.
De esta manera, al tomar conciencia de nuestras creencias, de las motivaciones ocultas en nuestros actos y del mensaje que acompaña nuestras emociones, podremos cuestionar lo que hacemos, tomar decisiones acerca de lo que nos gustaría modificar, y por tanto actuar de forma diferente para romper ese patrón de relación que nos mantiene atrapados.
Todo ello se desarrolla en un entorno seguro, donde el terapeuta acompaña al paciente a lo largo de este importante proceso de crecimiento en el que buscamos cambiar sin dejar de ser nosotros mismos.
Betania Centro de Psicología nace con una clara vocación de servicio desde la calidad profesional. Es, sobre todo, un centro orientado a paliar en lo posible el sufrimiento de las personas a las que atendemos y a facilitar y fomentar su pleno funcionamiento, siendo, por lo tanto, la calidad del servicio a nuestros usuarios la primera prioridad del centro.