Seguramente estéis cansados de escuchar cada poco tiempo que ha surgido una moda entre el público adolescente e incluso el adulto.
Con moda nos referimos a los últimos fenómenos estilo Ice bucket challenge, o su versión perversa modelo verano 2017 Hot water challenge consistente en tirarse un cubo de agua hirviendo, responsable de variaciones en niños de 8 años que tras ver un video en internet bebieron agua hirviendo o una niña que se la tiró a una amiga desprevenida para ver su reacción, además de las quemaduras que ha provocado en aquellos que han tratado de viralizar este juego.
También podemos considerar moda el juego de la ballena azul o el que suena últimamente que es quemarse con hielo y sal, que rápidamente se hacen virales y en los que los adolescentes se convierten en fascinados protagonistas.
Me surgen varias preguntas al respecto: ¿Son nuevas? ¿Por qué se viralizan tan rápido? ¿Qué atractivo tienen para los adolescentes?
Mi primera respuesta es obvia: no son nuevas, evolucionan y cambian, pero ese tonteo con la agresión física o incluso la muerte ha existido siempre; como ejemplo nos referiremos a rascar la mano del compañero de clase diciendo el abecedario hasta que salía una señal, o a hiperventilar y apretar las carótidas produciendo un ligero desmayo… Cosas que se pusieron de moda en mi adolescencia y ya ha llovido bastante —os lo puedo asegurar—, que provocaban daños físicos que a día de hoy perduran en algunos y se siguen viendo en niños y adolescentes, al menos yo lo observo en los dorsos de las manos de ciertos niños en el parque, esa señal característica de haber estado rozando con el dedo mientras se dice el abecedario y nombres.
Lo malo es que los juegos evolucionan rápidamente a través de la red, lo que antes era un boca a boca se convierte en una cadena rapidísima con efecto dominó a nivel mundial; vemos que otros lo hacen y queremos hacerlo, con lo que nos encontramos adolescentes con quemaduras, cortes, heridas y en muchos casos problemas mayores de atención médica. La parte buena es que como ahora mismo muchas de las cosas de internet las ven adultos la alarma suele saltar con relativa velocidad y los padres normalmente reaccionan a tiempo.
Un primer factor a tener en cuenta en los adolescentes es la necesidad de pertenecer a un grupo, así que si todos lo hacen yo también. Esto lo resumía muy bien mi madre en una frase que decía “si tus amigos se tiran por un puente, ¿te tiras tú también?” quizá no tan exagerado, pero en la mente del adolescente está el ser considerado y no distinguirse de los iguales, así que si todos lo hacen, no voy a ser yo quien no lo haga ya que corro el peligro de ser etiquetado y apartado del grupo de referencia.
Un segundo factor es el atractivo que tienen las conductas de riesgo a determinadas edades. En la adolescencia en concreto se juntan dos aspectos: el interés por el peligro o por coquetear con la muerte, pues son plenamente conscientes del impacto que genera en los otros, y desde ahí se significan. El segundo aspecto consiste en el inicio de la conducta de probar de cara a controlar el mundo adulto, de ahí que ésta sea la edad clave en el inicio del consumo de sustancias y una actitud de fortuna que implica “a mí qué me va a pasar”.
El problema es la velocidad con la que se extienden, a veces tanta que a los padres o adultos no nos da tiempo a reaccionar y a prevenir la actuación de nuestros hijos.
Entendiendo de dónde vienen y el motivo por el que las realizan, algo que nos resultará de ayuda es estar al corriente de sus amigos y sus intereses, así como alerta a cualquier variación en sus rutinas, costumbres, cambios corporales que nos puedan poner en la sospecha de esas actuaciones.
Un buen diálogo con los adolescentes, sin penalizar ni demonizar, sino queriendo saber y educándoles en la responsabilidad puede ayudarnos a encarar el problema si es que se da.
En cualquier caso, es conveniente ante las señales que no sepamos interpretar, escasez de diálogo, o bien falta de recursos que consultemos con un profesional. Quizá con unas pequeñas orientaciones o unas sencillas pautas solucionemos el problema antes de tener que hacer un abordaje mayor.
Licenciada en Psicología.
Experto en Terapia de la Conducta Infanto-juvenil y Familiar. Especialista en Atención Temprana. Experto en Clínica e Intervención en Trauma y E.M.D.R. niveles I,II y III. Diplomada en Educación Social. Psicóloga especializada en Duelo infantil y juvenil de la Fundación Mario Losantos del Campo.