«Ten una actitud positiva». No es algo que ahora oigamos con frecuencia- Seguro que, a poco que nos detengamos a observar lo que sucede a nuestro alrededor, nos daremos cuenta de que la negatividad nos rodea completamente: “ten cuidado cuando salgas a la calle, no te vayan a robar” “ni lo intentes, total te va a dar igual” “a este mundo venimos a sufrir”… son enunciados, de entre los muchos posibles, que se escuchan con frecuencia; de hecho, las oímos tan a menudo que, se diría, han devenido en verdades universales. El discurso negativo, así definido, está muy presente en nuestras vidas, y lo trágico es que tendemos a asumirlo sin cuestionarlo, como si no hubiera otra manera de relacionarnos con la realidad. En mi opinión no es en absoluto así, y debemos enfrentarnos activamente contra este deprimente ideario, principalmente porque no es inocuo: tiene múltiples consecuencias dañinas, y no solemos ser conscientes de ellas.
Si nuestras pequeñas (y grandes) ilusiones, metas y objetivos, son tratadas por nuestro entorno con desdén —cuando no franca desaprobación— de manera sistemática, ¿realmente nos esforzaremos en conseguirlas? Afortunadamente hay personas inasequibles al desaliento —también, ojo, contextos sociales facilitadores; lamentablemente pasan más desapercibidos—, pero para otras muchas la motivación hacia el cambio, y el consecuente crecimiento personal, se irá poco a poco consumiendo, como si de una vela se tratase, hasta extinguirse por completo. ¿El resultado de este insidioso proceso? Nada estimulante: déficit de disfrute, desrealización, tristeza… una variada gama de sintomatología con el malestar, en sentido amplio, como nexo de unión.
Afortunadamente, como en (casi) todo, la Psicología acude al rescate. Y en esta ocasión con el desarrollo de uno de los postulados más célebres de la Filosofía clásica, el Mito de la Caverna de Platón: esta fascinante alegoría alude a que lo que consideramos la realidad no es sino una percepción posible de ella, o si se prefiere, su interpretación. Y ahí reside la clave; nuestra mente funciona a partir de esquemas cognitivos que se van construyendo a lo largo de nuestra existencia, y en los cuales nuestro aprendizaje y experiencias vitales resultan fundamentales. Es a partir de estas creencias que integramos nuestra percepción del mundo, y nos relacionamos con éste, por lo que a la fuerza existen, por así decirlo, tantas realidades posibles como personas que lo habitan. ¿Y esto en que se traduce en relación al tema que nos ocupa? Por muy presentes que, para muchos y muchas, estén los sesgos negativos, por mucha convicción con que los defiendan, esa visión no es la única posible, ni mucho menos; para entendernos, la botella no tiene que estar siempre medio vacía, o vacía del todo.
Bien al contrario, puede estar igualmente medio llena, o directamente a rebosar. Por más que el discurso negativo al que aludíamos más arriba resuene machaconamente en nuestros pobres oídos, en nuestra mano está bajar el volumen hasta silenciarlo por completo. ¿Ingenuidad? ¿Adanismo? ¿Optimismo antropológico? Ninguno de estos sustantivos utilizados despectivamente por los valedores de esta visión de las cosas se corresponde con la realidad de un posicionamiento vital que, ante todo, es realista; pues deriva de observar con detenimiento el mundo que nos rodea y, de una manera sana y adaptativa, vivir nuestras vidas ajustándonos a los requerimientos de las diversas situaciones que las estructuran, pues esta y no otra es la clave del éxito. ¿Cómo se consigue eso? Teniendo una actitud positiva, la palabra mágica de esta historia. Volveremos a este concepto fundamental en un próximo artículo.
Licenciado en Psicología.
Master en Psicología Clínica y de la Salud por la Universidad Complutense de Madrid. Psicólogo colaborador de la Clínica Universitaria de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid