Parece claro que a nadie le gusta enfermar. Acostumbrados como estamos a llevar un ritmo de vida férreamente establecido, con sus horarios, hábitos y rutinas, cuando el malestar físico se manifiesta interfiriendo en esta dinámica lo normal es que tenga un impacto; en el mejor de los casos suponga, cuando menos, una alteración considerable de nuestra cotidianeidad. En estos días en los que el invierno muestra su cara más cruda, en la forma de toses, estornudos y fiebre más o menos alta, los anuncios publicitarios no dejan de recordarnos cómo ingiriendo la pastillita o el jarabe de turno nos sentiremos rápidamente recuperados, pudiendo ir a pescar con nuestros hijos sin problemas o a trabajar puntualmente, faltaría más. Más allá de la estrategia de marketing subyace, a mi entender, la negación de la propia naturaleza de la dolencia, como si padecer sus síntomas fuera algo que no nos debemos permitir. Lamentablemente, no siempre podemos estar bien.
Mejor será aceptarlo, porque la enfermedad, sea del tipo que sea, forma parte de la propia naturaleza humana, manifestándose en toda su crudeza, en la mayoría de las ocasiones, como una señal de alarma; un aviso de que, seguramente, estamos forzando la maquinaria más de lo deseable. Es por ello que una conceptualización adaptativa de las diversas patologías pasa por considerarlas como una oportunidad para poner pausa, serenar nuestros requerimientos diarios y darle al cuerpo, si bien dolorido y/o congestionado, un merecido descanso. Esta sería, a mi entender, la manera adecuada de enfocar una convalecencia, máxime si se vuelve prolongada. Pero para ello tendremos que aprender a hacer caso omiso del aluvión de mensajes, llegados de fuentes de toda índole, que nos impelen a encontrarnos bien, siempre, independientemente de la naturaleza de nuestro malestar. Sea trabajándonos nuestra actitud positiva (ejem), sea con la generosa ayuda de los fármacos.
Los medicamentos tienen la utilidad que tienen, resulta evidente; pero más allá de su efecto en nuestro organismo resulta de capital importancia permitirnos estar enfermos, aceptando este tiempo como un periodo de descanso y recuperación; y, de ninguna manera, sentirnos culpables por algo que no depende, en último término, de nosotros mismos. Conseguir este cambio cognitivo profundo requiere un esfuerzo, pero es a todas luces necesario. Puede resultar paradójico en apariencia, pero constituye una de las vías principales para alcanzar un equilibrio interno que posibilite un estándar general de salud y bienestar, sin rigidez ni obsesión. De hecho, si nuestro malestar excede a la proverbial gripe o catarro de temporada, extendiéndose en el tiempo, resulta habitual que curse con sintomatología ansiosa y/o alteraciones del estado de ánimo, sobretodo si la anticipación aprensiva ligada a la incertidumbre nos lleva a interpretar los síntomas padecidos como indicativos de una (potencial) enfermedad grave. Como suele decirse coloquialmente, “el miedo es libre”. Y nuestra mente, en ocasiones, nos juega malas pasadas.
Razón de más para, si se da este escenario, haber hecho los deberes, y encarar la convalecencia de la manera más sana posible. Las siguientes pautas generales os serán, estamos convencidos, de gran ayuda:
- Acepta, como principal consideración, que enfermar es normal
- No te empeñes en llevar el mismo ritmo de vida que si no estuvieras enfermo
- Dale descanso a tu organismo, el tiempo que sea necesario
- Déjate cuidar, de la misma manera que tu cuidas a los demás cuando te necesitan
- Aprovecha la convalecencia, en la medida que resulte posible, para hacer cosas que tu día a día no te permite
- Habla abiertamente, con las personas de tu entorno, de lo que te preocupa
- Ten presentes las recomendaciones generales de cuidado de nuestra salud, y aplícalas
- Salvo que tu estado lo desaconseje, trata de salir a la calle; que te dé el sol, y el aire
- Si no puedes evitar darle vueltas a lo que sucede, una y otra vez, trata de tener la mente ocupada con tareas que te distraigan: actividades domésticas, leer, o bien conversar con otras personas acerca de temas no relacionados con tu enfermedad
- Si los síntomas no remiten transcurridos unos días —en ocasiones, hasta un simple resfriado puede complicarse— pide cita a un especialista. Si tu estado comienza a obsesionarte, o afectar a tu estado de ánimo, te recomendamos consultar a un psicólogo.
Licenciado en Psicología.
Master en Psicología Clínica y de la Salud por la Universidad Complutense de Madrid. Psicólogo colaborador de la Clínica Universitaria de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid