Estas son tres palabras que abren un amplísimo debate: ¿cuántos regalos son recomendables para nuestros hijos? Si hay demasiados, ¿se convertirán en malcriados y no apreciarán el valor de las cosas? Por otro lado, si hay demasiados pocos, ¿convertiré las Navidades en un mal trago para el niño y, al compararse con sus amigos, se considerará peor?
No hay más que echar un ojo a internet para darse cuenta del revuelo que se crea acerca de la cantidad de juguetes y demás artilugios que sus Mágicas Majestades dejan bajo el árbol la noche del 5 de enero. Aquí tenéis unos cuantos ejemplos al respecto:
En este artículo vamos a repasar este tema de un modo crítico. El primer mensaje que has de recibir es: tranquilidad, lo más seguro es que lo estés haciendo muy bien.
- No se malcría a los niños en una noche.
Es algo común leer y escuchar estos días: demasiados regalos hacen que se reste importancia a valores como el esfuerzo, la generosidad y la austeridad; la abundancia de regalos perjudica su maduración personal, convierte a los niños en caprichosos y avariciosos; el exceso de regalos les sobreestimula, reduce su nivel de tolerancia a la frustración y puede convertirlos en niños continuamente insatisfechos…
Investigando sobre el tema en documentos científicos, no hemos encontrado ningún estudio que encuentre relación entre la cantidad de regalos recibidos en Navidad y la avaricia, la codicia, la tolerancia a la frustración…
Además, es importante tener en cuenta que recibir regalos un día nos deja 364 días en el resto del año en los que no los recibimos (sin contar los cumpleaños). Si se repite la pauta de darle todo lo que pide durante el año, sí podríamos hablar de un niño más caprichoso.
Vamos a pensar ahora como Sabios de Oriente: recibimos una carta de nuestro hijo con un montón de deseos. El trato es, si se ha portado bien, de esa lista podrá obtener unos cuantos. Eso nos deja con varios deseos de la lista sin cumplir. Deseos que, durante el año, podrán servir de premios por buena conducta o buenas notas, o como recompensas a un trato al que hayamos llegado.
- Los juguetes que se olvidan.
A la mayoría nos ha pasado ver con grandísima ilusión un juguete el Día de Reyes que terminaba en un armario para principios de febrero. Ante este sobrante de regalos hay muchos padres y madres que optan por controlar la cantidad de estos que reciben sus hijos: desde los más austeros que deciden que Papá Noel o los Reyes Magos traen uno o dos regalos (y si hay algún paje que trae alguno de más son los propios padres quienes lo administran), hasta otros que hablan de la variabilidad en los regalos: que sean los que sean, pero que se repartan entre libros, ropa, juguetes, actividades…
Está bien tener algún tipo de límite si así se considera, pero hay que tener en cuenta que todo límite exige un esfuerzo: si decidimos que nuestros hijos reciben 4 regalos máximo, hay que coordinar a todo el sistema familiar para limitar el número de regalos que les hacen, y si no, ver cómo se va a gestionar.
No obstante, en vez de enseñar a recibir (o no recibir) todo lo que se pide, también se puede enseñar a pedir: escribir con ellos la Carta a sus Majestades, hablando sobre qué regalo prefieren, cuál les hace más ilusión de 0 a 10, si tuvieran que quitar alguno cuál sería, qué pasaría si no lo recibieran… puede ser un ejercicio interesante, tanto para elaborar una carta mucho más realista, como para aprender a priorizar deseos.
- Los Reyes son los padres.
Recapitulando, no pasa nada si hay demasiados regalos y también está bien que haya un cierto control sobre ellos. Entonces, ¿qué es mejor?
La cuestión es que nunca nadie dice cuántos exactamente son “demasiados regalos” porque nadie lo sabe. “¿Cuántos crees tú que son demasiados?” Piénsalo un segundo. Ahí tienes tu respuesta. Ahora, “¿cuántos regalos te parece razonable que tu hijo reciba por Navidad?” Piénsalo otro segundo. De nuevo, tu respuesta.
Las reglas, normas o recomendaciones en la prensa o en los blogs sobre educación son muy generales, y ningún periodista ni ningún Blogger conoce a tu hijo mejor que tú. Tú decides cuánto y qué es bueno que reciba tu hijo, al fin y al cabo… ¿a quién le llega su carta? ¡Tú eres su Rey Mago!
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