En un artículo anterior reflexionaba sobre la labor de los padres en lo relativo a la comunicación con los hijos, y lo necesario de espacios para conocer qué piensan y sienten, cómo valoran las diferentes situaciones que se presentan y cómo enfocan la solución de conflictos. Si bien es cierto que las recomendaciones de ese artículo serían universales y aplicables a todas las edades, es importante detenernos también en las especificidades de una de las etapas más complicadas en lo relativo a la comunicación: la adolescencia.
La adolescencia es una etapa en la que los hijos inician su camino hacia la individuación: de forma progresiva se preguntan quiénes son, qué quieren, cómo se ven y les ven los demás y en qué se diferencian o no de su entorno (familia, amigos). Es además una etapa en la que quieren tomar decisiones de forma autónoma, gozar de más libertades y entran en conflicto con la asunción de responsabilidades. Al favorecerse más espacios individuales (salen con amigos sin estar presente la familia) los padres pueden sentirse alejados, sin control ni conocimiento de muchos de sus conflictos.
Es duro para los padres escuchar a sus hijos adolescentes expresar confusión, enfado o decepción y no tener el control para paliarlo. No se soporta fácilmente verlos sufrir o mostrarse infelices. Con la mejor de las intenciones desechamos y rechazamos sus sentimientos e imponemos nuestra lógica de adultos, de esa manera les estamos mostrando la “forma correcta de sentir”. El problema es que ellos no han pedido, no quieren y sobre todo no necesitan escuchar nuestra forma correcta de sentir. Si funcionamos así, truncamos la comunicación y en lugar de establecerse un intercambio o diálogo lo que les llega es un “sermón” que a lo peor se convierte en bronca y en el mejor de los casos no es constructivo.
Nuestra labor ante los adolescentes es enseñarles a manejar sus sentimientos, reflexionar sobre sus conflictos y tomar decisiones aceptando sus sentimientos de infelicidad. Así les estamos mostrando que la frustración, tristeza o enfado no son emociones de las que huir, sino que nos ayudan a entendernos y nos facilitan posicionarnos ante la vida y sus conflictos. Y es que claro, la vida, su vida, tiene conflictos.
En su libro Faber y Mazlish (2006) explican que hay conversaciones con adolescentes que propician que sus sentimientos se agudicen (el enfado o angustia aumenten) y hay otras que alivian y permiten superarlos poco a poco. Así proponen la siguiente secuencia en la comunicación, en la que se reconoce los sentimientos del adolescente ante un conflicto:
Adolescente: ¡0h, no! ¿Y ahora qué hago? Les había dicho a los vecinos que cuidaría de sus hijos el sábado y ahora me llama Ana invitándome ese día a quedarme a dormir en su casa.
Madre/padre: Lo que deberías hacer es…
En lugar de empezar con un consejo o recomendación, y rechazar sus sentimientos:
Reconoce sus sentimientos con una palabra y sonido: esto les ayuda a sentirse comprendidos y libres para centrarse en lo que necesitan hacer.
Vaya…, Aah…
Identifica pensamientos y sentimientos: permite enfrentar mejor la realidad.
Ahora parece que estás en una encrucijada. Quieres ir a casa de Ana, pero no quieres fallar a tus vecinos.
Ofrécele en la fantasía lo que no puedes darle en la realidad: de forma que sea más sencillo que acepte la realidad.
¡Sería genial que pudieras clonarte! Así tendrías la posibilidad de hacer esas dos cosas. El mundo sería más simple si pudiéramos clonarnos.
Acepta sus sentimientos mientras que redireccionas su conducta: mostrando comprensión por sus dificultades y facilitándole la aceptación de límites.
Me doy cuenta de cuánto te gustaría ir a casa de Ana, no es fácil perderse una quedada con amigos. El problema es que te has comprometido con tus vecinos y ellos cuentan contigo.
Estas recomendaciones no aseguran que los resultados de la conversación sean completamente positivos, en el sentido de que probablemente no deriven en una aceptación inmediata por parte del adolescente, si no que se requiera de más tiempo, más conversación y algún que otro desencuentro. Es desde ahí, desde el desencuentro, la conversación y la escucha que podremos ayudarles a desarrollar una forma funcional y sana de convivir en el mundo.
Irene López Aguilera
Referencias bibliográficas
Faber A. y Mazlish E. (2006) Cómo hablar para que los adolescentes escuchen y cómo escuchar para que los adolescentes hablen. New York: Rayo.
Graduada en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid.
Máster en Psicología General Sanitaria (Universidad Pontificia de Comillas). Máster en Terapia Cognitivo-Conductual con niños y adolescentes (Universidad Pontificia de Comillas). Máster en Educación Secundaria con especialización en Orientación Educativa (Universidad Camilo José Cela). Especialista en técnicas gestálticas aplicadas a la infancia (Centro Umayquipa).