¿Alguna vez te has encontrado enfocándote más en lo que no quieres que tu hijo o hija haga en lugar de definir claramente las conductas que deseas fomentar? En la crianza, es fácil centrarnos únicamente en corregir las conductas que no queremos que se den en lugar de promover activamente las que sí. Descubramos juntos por qué es crucial buscar conductas concretas al criar a nuestros hijos e hijas.
En psicología tenemos una máxima que dice “es imposible dar la no-conducta”. Es decir que “no podemos no hacer algo”, porque “siempre estamos haciendo algo”. Para explicarlo con un ejemplo, en clase, cuando “no interrumpimos” estamos “esperando nuestro turno de palabra”, o en casa, cuando “no estamos estudiando” es porque “estamos distraídos haciendo otra cosa”.
Si centramos el tema en la crianza, nos encontramos con padres y madres que se enfocan en corregir o prohibir comportamientos indeseables. Esta perspectiva nos resulta muy natural, ya que históricamente se nos ha enseñado corrigiendo los fallos que teníamos, y como buenos miembros de la sociedad, nos dedicamos a repetir estos patrones.
No obstante, esta manera de proceder da lugar a ciertos problemas. El primero es que definir lo que no se quiere que se haga (la no-conducta) no deja claro que es lo que sí se quiere que se haga: no se define la conducta a dar. Por ejemplo, a mí se me da la indicación de «no insultes a tu hermana«. Aparentemente es una indicación bastante clara, pero yo soy capaz de causar mucho dolor a mi hermana a través de mis palabras sin necesidad de usar insultos o palabrotas. En este caso estaría cumpliendo con la norma, puesto que no estaría insultándola.
Lo natural sería entonces definir lo que en psicología llamamos “Conducta Alternativa”: cuando no quiero que mi hijo o hija se comporte de una determinada manera, he de pensar de qué manera sí quiero que se comporte. En lugar de “no estés con el móvil en la mesa”, ¿qué es lo que voy a pedirle a mi hijo o hija que sí haga en la mesa?
Aquí solemos encontrarnos con el segundo de los problemas: es más difícil definir la conducta alternativa que la no-conducta. Volviendo al ejemplo de los insultos: mis padres ya no me dicen que “no insulte”. Han leído este post y ahora me dicen que “hable con respeto a mi hermana”. Indudablemente es más correcto, pero, ¿qué consideran que es hablar con respeto? O si me dicen “habla con un volumen normal” en lugar de “no grites”, ¿a partir de qué número de decibelios consideramos que ya no es un volumen normal? En cada hogar habrá una respuesta distinta a cada una de estas preguntas y sois los padres y madres los que tendréis que aterrizar la definición de cada conducta.
Otro de los problemas de la no-conducta es que hace muy difícil su refuerzo. Recordemos que se denomina reforzamiento de una conducta a la situación en la que aparece una consecuencia agradable o desaparece una desagradable cuando se realiza una conducta, lo que hace más probable que se realice en el futuro.
Si yo quisiera reforzar la no-conducta de “no pegar” porque quiero que mi hijo o hija trate a la gente con respeto, tendría que haber una consecuencia agradable CADA VEZ (o la mayoría de las veces) que mi hijo o hija no pegara. Es decir, si me dice “buenos días, mamá” no estaría pegándome, ergo habría una consecuencia agradable. Si me dice “¡eres un pesado, papá!” tampoco estaría pegándome, ergo tendría que haber otro premio. Tendríamos que premiar cada interacción con él o ella que no fuera una agresión física, lo cual no tiene mucho sentido. Sin embargo, si definimos bien la conducta alternativa, por ejemplo “resuelve los conflictos hablando”, centramos mucho más el tiro y los premios ganan mucha más eficacia.
Por último, uno de los grandes puntos fuertes que tienen las conductas alternativas es el sesgo perceptivo que producen. Un sesgo perceptivo ocurre cuando, de todos los datos de la realidad que existen, nuestro cerebro de forma inconsciente se queda con una pequeña parte. Cuando nos centramos únicamente en corregir y prohibir, nuestro cerebro tiende a centrarse más en las veces en las que se producen las conductas no deseadas (cuando nuestro hijo o hija grita, insulta, pega, está con el móvil…) lo que nos genera emociones como el enfado, la decepción o la desesperación.
Por el contrario, cuando definimos las conductas alternativas y empezamos a fijarnos también en incentivarlas o premiarlas, nuestro cerebro tenderá a fijarse en las veces que sí se den esas conductas deseadas (cuando nuestro hijo o hija hable tranquilamente y con respeto a los demás, cuando gestione de forma adecuada sus conflictos, cuando tenga conductas de cariño o cuando ocupe su tiempo en actividades analógicas y no digitales), generando emociones de satisfacción, orgullo y competencia.
En conclusión, la crianza requiere más que simplemente corregir comportamientos no deseados; implica identificar y promover activamente conductas alternativas. ¡Imaginad una receta de cocina que indica los pasos que no hay que dar en lugar de los que sí son necesarios!
Grado de Psicología en la Universidad Pontificia de Comillas.
Máster en Psicología General Sanitaria y Máster Propio en Especialización en Terapia Cognitivo-Conductual infantil.