Conforme vamos siendo menos jóvenes —porque joven de espíritu, a fin de cuentas, se puede ser toda la vida— tendemos a olvidar lo que implica la etapa, fundamental en el desarrollo del ser humano, de la adolescencia: ese periodo en el que por espacio de varios años, de manera progresiva si bien no siempre fluida, empezamos a convertirnos en el proyecto de adulto que finalmente seremos. Normal entonces que ante tanto cambio interno y externo, tal acumulación de novedades y tribulaciones, emerja con fuerza la característica a mí entender definitoria de este jalón vital, que es además la que más preocupa a los progenitores: el conflicto. A fin de cuentas, ¿Cuándo ha sido fácil afirmar un lugar propio del que se carece previamente, sin contar además con la madurez que ofrecen aprendizaje y experiencia?
Resulta evidente que el papel de los padres deviene fundamental para que un hecho normal —la necesidad del adolescente de obtener un espacio propio, no siempre de manera sensata y asertiva— no derive en una sucesión de discusiones que pongan en riesgo el equilibrio del sistema familiar; sea por desconocimiento, sea por puro desgaste, lo cierto es que este rol acostumbra a no desempeñarse de manera adecuada. Ante esta realidad, las conclusiones de un estudio llevado a cabo en seis países europeos —entre ellos España— que relaciona patrones educativos paternos con consumo de alcohol, tabaco y cannabis (Fuente) aportan una evidencia, de sólido apoyo empírico, que conviene tener presente.
Los estilos educativos consistentes en la implementación de normas claras, razonadas y de obligado cumplimiento, sin desdeñar el afecto y la empatía hacia los hijos, se mostrarían más eficaces en la prevención de estos consumos —así como de la aparición de determinados trastornos psicopatológicos— que los caracterizados por la imposición autoritaria de normas o la ausencia de ellas, sumado a un déficit (o exceso) de afecto paterno-filial. Estos resultados, coincidentes en los diferentes países europeos donde se ha llevado a cabo la investigación, contrastan con los obtenidos en países de otros continentes (América del Norte, Asia) donde los modelos de perfil autoritario, en base a las diferencias culturales existentes, son considerados más eficaces.
A tenor de estos resultados el recurso a la “mano dura” y el “aquí se hace lo que yo diga”, en España y nuestro entorno europeo, no parece la estrategia más adecuada para hacer frente a unas problemáticas de elevada prevalencia, susceptibles además de cronificarse con el paso del tiempo. Ante esta tesitura, mejor hagamos nuestro el “más vale prevenir que lamentar” y eduquemos a nuestros hijos adolescentes desde la empatía, el cariño y la lógica. Y en caso de dudas y zozobras, algo totalmente natural en el contexto educativo que nos ocupa, mejor consultar a un profesional, que para eso estamos.
Licenciado en Psicología.
Master en Psicología Clínica y de la Salud por la Universidad Complutense de Madrid. Psicólogo colaborador de la Clínica Universitaria de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid