Hace un par de meses se lanzó una campaña de concienciación centrada en los “padres hooligans”, denominada “Papá, ¡no quiero que vengas a verme al partido!”. Si nos paramos a reflexionar, lo que se busca con la asistencia de un niño a una actividad extraescolar es que se divierta y, sin embargo, no es inusual que, en cualquier cancha de barrio, nos encontremos a padres con dificultades para desvincularse de la competitividad del juego infantil.
Se ha normalizado que los padres sean los que den instrucciones a sus hijos desde la banda y los monitoricen. Frente a esta realidad demasiado cotidiana, analicemos detenidamente qué implicación tiene para el pequeño jugador que su padre/madre insulte al árbitro, realice comentarios a los niños del equipo rival, le presione para que marque gol, ocupe el lugar del entrenador dando indicaciones técnicas desde la grada y, en el peor de los casos, llegue a las manos con otros progenitores.
Cuando los padres encuentran en el terreno de juego un motivo de conflicto, debemos tener en cuenta que:
- La mayor parte de las cosas que aprendemos cuando somos niños es a través de la observación, sobre todo, de nuestros padres. Estos son nuestra figura de referencia y aprendemos imitándolos. En muchas ocasiones, la consecuencia de comportamientos paternos de tipo hooligan es la aparición en el niño de comportamientos antideportivos y violentos.
- Además, los padres que no son capaces de regular sus emociones durante algún momento del juego suelen depositar en sus hijos unas elevadas expectativas, dejando de lado el hecho de que el aprendizaje de un niño en un partido (trabajo cooperativo, tolerancia a la frustración, cumplimiento de normas…) va más allá del resultado final. Aunque se puede llegar a pensar que monitorizar el juego del niño es una manera de ayudarlo, una sobre-implicación en el juego de este solo conlleva un aumento de la presión. Así, nos encontraremos con niños que empiezan a asociar sus partidos (momentos de supuesta diversión) con ansiedad y estrés, desmotivación… llegando incluso al abandono del deporte.
- Por último, y no menos importante, al igual que tenemos claro que los niños en casa necesitan tener límites y normas gracias a las que aprenden a renunciar a sus deseos inmediatos y a gestionar el enfado, también las necesitan en el terreno de juego. La misma relación asimétrica que se da en el vínculo padre/madre – hijo, también existe en la jerarquía entrenador-jugador o árbitro-jugador. Por ello, quitar autoridad al entrenador o al árbitro en su presencia puede dificultar que el niño comprenda su papel en la asimetría de las relaciones en las que se ve inmerso día a día.
Por ello, es importante que antes de acudir a un partido seamos conscientes de cómo nuestras conductas como espectadores influyen en los jugadores. En resumen, cuando cualquier niño practica un deporte lo que realmente queremos es:
- Que este se convierta en una actividad donde aprender a trabajar en equipo y a compartir valores con el grupo de iguales.
- Que entrenen la tolerancia a la frustración (cuando no sales a jugar, pierdes un partido, te meten gol…).
- Que respeten el derecho a equivocarse de los otros, ya sean árbitros o compañeros (empatía).
- Y que aprendan a comprometerse y a persistir en la realización de una actividad.
Graduada en Psicología y Criminología por la Universidad Pontificia de Comillas. Máster en Psicología General Sanitaria. Máster Propio de Especialización Terapéutica en Terapia cognitivo-conductual con niños y adolescentes.