Decía Eric Hoffer que lo que más nos cansa es el trabajo que no hemos hecho. Muy cierto. No me refiero al trabajo que has decidido dejar para mañana porque puede esperar; Ni a esa otra frecuente forma de actuar que ahora se denomina procrastinación y que consiste en ir relegando una tarea, eligiendo antes que ella otras que también están pendientes, hasta que ya no queda más remedio que coger al toro por los cuernos… No. La letra negrita es intencionada; en estos casos, tú eliges, tú aplazas. Te sientes libre.
Hablo de esas listas de tareas que crecen a un ritmo muy superior al que decrecen. De todas esas noches en las que compruebas que, una vez más, no has alcanzado a hacer ni la mitad de lo que te habías propuesto. Y todo eso queda pendiente, para mañana. Para añadir a las obligaciones que ese mañana añadirá a nuestra lista… y claro, llega el agotamiento. Un cansancio muy diferente del de quien, habiendo igualmente trajinado durante todo el día, se deja caer en el sofá, agotado pero satisfecho. Es un cansancio que viene del desánimo de no llegar nunca. Y que puede hacerse crónico y tener repercusiones importantes en nuestra salud, así como nuestro funcionamiento.
ES QUE NO ME DA LA VIDA
Tal cual. Las 24 horas no dan para más.
Por supuesto, de fondo puede haber una dificultad real para gestionar el tiempo. Si sólo es eso, ¡eureka! Se aprende. Hay técnicas que te enseñan a calcular con bastante precisión el tiempo que te van a llevar las cosas, en qué orden debes realizarlas para aumentar la eficiencia, qué porcentaje de tareas sin hacer puedes permitirte al final del día, cómo maximizar tu concentración para no perder el tiempo (tiene gracia la expresión…).
Pero, reconozcámoslo, el problema no suele estar ahí. Más bien está en nuestros demasiados: demasiadas obligaciones (reales o no) que a veces aceptamos sin darnos cuenta de que superan nuestras posibilidades; demasiadas exigencias o autoexigencias; demasiados pensamientos que nos hacen daño, demasiadas emociones que nos desgastan, demasiadas interrupciones, demasiadas decisiones urgentes… demasiadas noches sin haber hecho lo que sinceramente hubiéramos querido hacer. Cualquiera puede ser la gota que colme el vaso.
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UN BOTIJO
Al hilo del vaso que se colma, me ha venido la imagen de un botijo. Prosaica, poco glamurosa si queréis. Pero ilustra perfectamente lo que viene ahora: el botijo nunca se colma, porque por más que llenes, al agua sale por el otro pitorro. Hay un desagüe.
¿Y esto a qué viene? Quiero decir que, para no rebosar, podemos controlar o bien lo que entra (la lista creciente de tareas) o, si no es posible, debemos buscar la manera de compensar. De cuidarnos.
Cuidarnos (si no es haciendo deporte o controlando la alimentación) está mal visto. Con frecuencia se confunde con egoísmo. Debemos estar disponibles para todo y para todos, menos para nosotros mismos. Y nada más lejos de la realidad.
Necesitamos un espacio de serenidad, de ocio, de actividades y relaciones gratificantes. Reencontrarnos en silencio con nosotros mismos y, desde allí, decidir qué es prioritario para nosotros, qué nos define. Y ahora sí, elegir cuáles de nuestras tareas deben estar marcadas al final del día.
Directora del Centro. Licenciada en Psicología.
Máster en Psicología Clínica Infanto-Juvenil y Familiar (Grupo Luria) y Especialista en Estimulación Precoz y Atención Temprana (ACIT). Experto en Medicina Psicosomática y Psicología de la Salud por la Sociedad Española de Medicina Psicosomática y Psicoterapia (Universidad San Jorge, Zaragoza). Terapeuta EMDR NI adultos y niños y adolescentes (Instituto Español EMDR, acreditada por EMDR Europe). Experto en Mindfulness para la intervención clínica y social (COP Madrid, 2018). Especialista en ACT en infancia y adolescencia (MICPSY, 2021)