En numerosas ocasiones en sesión, sobre todo en el trabajo con parejas, familias o individuos que se encuentran en relaciones de pareja o familiares con elevados niveles de conflicto, nos encontramos una queja común al hablar del problema o problemas que les traen a consulta. Aunque esta queja puede presentarse a través de diferentes verbalizaciones (ej: “El problema en casa es que nuestro hijo no nos cuenta nada y así nosotros no podemos estar tranquilos. Si nos dijese algo yo podría dejar de estar todo el día agobiada e intentando saber qué está pasando”; “Siempre es lo mismo, él no se encarga de nada de la casa y tengo que terminar haciéndolo yo todo. Si pusiese algo de su parte, no estaríamos en esta situación”), podríamos resumirla como una sensación de cansancio o hartazgo al seguir teniendo las mismas discusiones una y otra vez sin llegar a ninguna conclusión y cuya solución, cada individuo implicado en el problema, considera que pasa por un cambio en el otro que no ocurre.
Es decir, según lo que cada individuo cuenta, el problema tiene una causa específica: para un individuo la causa es una y para otro será la contraria, como si fuesen las dos caras de una misma moneda. Siguiendo el primer ejemplo, para la madre el problema es que su hijo no habla, pero si le preguntásemos al hijo, probablemente nos diría que el problema es su madre, que es una pesada. Esta forma que tiene cada uno de identificar y definir el problema se basa en lo que llamamos causalidad lineal: hay una causa y hay un efecto que se deriva de esa causa. Es decir, si A entonces B. Esta causa-efecto es algo que culturalmente tenemos muy integrado y hace que cuando se nos presenta un problema tratemos de buscar la raíz del mismo: dónde comienza.
Cada una de las personas implicadas trata de señalar dónde está el inicio del problema o quién es el culpable. Pero… ¿es tan sencillo en realidad encontrar la causa de un problema que ha surgido en una relación en la que continuamente se están produciendo interacciones? ¿Realmente hay únicamente una causa y por tanto solo una forma de solucionar el problema?
Como os podéis imaginar, la respuesta es no. En muchas ocasiones, y sobre todo en el ámbito de las relaciones personales, encontrar el inicio objetivo de un problema o una discusión es algo realmente complicado, ya que se ponen en juego muchas variables y lo que nos solemos encontrar son diferentes inicios subjetivos. Tantos como personas implicadas haya en la discusión, ya que cada uno tiende a explicar el problema desde su punto de vista así como desde la perspectiva que lo ha vivido, que al fin y al cabo es la que conoce.
Vamos a verlo con un ejemplo que puede resultar más claro y que seguro que a todos nos suena: estamos en un patio de colegio y vemos que dos niños se pelean. Cuando nos acercamos para parar la pelea y saber qué ha ocurrido nos encontramos con que Miguelito nos dice que Jorgito le pegó y automáticamente Jorgito nos comenta que eso no es así y que fue Miguelito quien le insultó primero. Si hemos presenciado alguna escena parecida, sabemos que difícilmente vamos a poder llegar a un punto en el que ambos niños coincidan sobre el momento exacto en el que empezó la pelea y quién la inició. Lo más probable es que entren en un ciclo que podría alargarse al infinito de señalarnos que fue el otro quién lo comenzó todo.
En este ejemplo, como adultos, solemos tener muy claro que ambos han contribuido al problema y por tanto hay una sentencia fácil: los dos castigados porque los dos son responsables y ninguno lo ha parado. Pero si estuviéramos dentro de este ciclo sería mucho más difícil aclarar la responsabilidad de cada uno: ni a Miguelito ni a Jorgito les resulta fácil reconocer su responsabilidad en el conflicto.
¿Qué es lo que ha cambiado en este ejemplo cuando como adultos hemos visto el problema desde fuera? ¿qué ha pasado para que no hayamos “comprado” una de las versiones de los niños? ¿Qué nos ha hecho no buscar esta causa-efecto que tan familiar nos resulta? Lo que ocurre en este ejemplo es que hemos cambiado de la causalidad lineal de la que hablábamos antes a lo que en psicología llamamos causalidad circular: la causalidad circular es un abandono de la causalidad lineal y un cambio completo de perspectiva.
Esta perspectiva circular nos dice que la conducta de uno de los individuos influye en la conducta del otro y viceversa, es decir lo que yo hago afecta al otro y a cómo responde el otro a lo que yo he hecho y lo que el otro hace me afecta a mí y a cómo respondo a lo que él/ella ha hecho. Toda acción puede ser entendida al mismo tiempo como reacción y toda reacción como acción. Es decir, para mí, lo que tú haces es lo que desencadena mi reacción, mientras que para ti lo que yo considero mi reacción puede ser entendido como lo que yo hago que te hace responder de esa forma (reacción).
Volviendo al primer ejemplo (el de la madre y el hijo), desde una perspectiva circular podríamos ver como ambas formas de ver el problema pueden tener sentido, no son excluyentes, pero cada una de ellas hace referencia a una parte del problema, nos impide ver la fotografía completa de lo que está ocurriendo. Fotografía que podemos observar cuando unimos ambas visiones y dejamos de buscar al único culpable de lo que está ocurriendo, sino a los diferentes jugadores implicados y su parte de responsabilidad en que este problema se siga manteniendo. Cuando pasamos de la causalidad lineal a la causalidad circular podemos ver que cuanto más pregunta la madre, menos cuenta el hijo y cuanto menos cuenta el hijo, más pregunta la madre.
Por lo tanto, y teniendo lo explicado hasta ahora en cuenta, una de las cosas que podemos hacer cuando nos encontramos ante una situación de este tipo es intentar dejar de señalar al otro como el culpable de lo que ocurre, dejar de buscar que sea él/ella quién cambie de actitud para poder responder nosotros de manera diferente y pararnos un momento a evaluar qué estamos haciendo nosotros que, lejos de ayudarnos a solucionar el problema, está influyendo en que este se mantenga.
Aunque este cambio es difícil de realizar porque pasa por asumir que podemos estar siendo parte del problema y no de la solución y esto duele, el poder cambiar de una perspectiva lineal a una circular nos permite cambiar la culpabilidad por la responsabilidad. Es decir, nos hace poder tomar el control de la única parte que realmente podemos controlar en un conflicto, que es nuestra conducta, lo que nosotros hacemos o cómo respondemos, ya que por más que intentemos que el otro haga algo diferente, si no quiere hacerlo, no podemos hacer nada.
Nota: la causalidad circular no se da nunca en una situación o relación de maltrato o violencia en la cual el único responsable es el agresor.
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