HAlguna vez habéis evitado pasar por debajo de unas escaleras? ¿Tocado madera? No sería de extrañar, ya que es algo inherente al ser humano. No nos podemos quedar de brazos cruzados esperando a que el destino nos atropelle, como mínimo tocamos madera para prevenir las desgracias, no vaya a ser. Es posible que no os sintáis tan reflejados con las supersticiones clásicas, pero esto se traduce en pequeños actos de nuestro día a día ¿Algún ritual pre-examen? ¿Alarmas o volumen en números pares? ¿Una prenda de la suerte? Esto tiene que ver con lo que llamamos ilusión de control: la creencia de que podemos controlar o influir sobre lo claramente incontrolable.
Ante el deseo de que algo ajeno a nuestro control ocurra, somos incapaces de quedarnos simplemente expectantes ante el desenlace, necesitamos hacer algo. Esto, en principio, no suena mal ¡todo lo contrario! Gracias a nuestro inconformismo con el destino hemos bautizado ciencias como la medicina e incluso ganado la partida a la muerte en ocasiones, cambiando aquello que parecía definitivo. No obstante, aquí más que ilusión, hemos buscado la forma de incrementar el control que tenemos sobre una situación. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando percibimos no tenerlo —o forma de incrementarlo— ante una situación sobre la que queremos influir? Ocurre que la discrepancia entre nuestro deseo de control y el que percibimos tener nos genera ansiedad e incertidumbre. Ante algo que nos importa y queremos cambiar, sentimos no poder hacer nada al respecto y esto nos resulta insoportable. Aquí es donde recurrimos a diferentes rituales, supersticiones y normas que nos ayudan (aparentemente) a lidiar con esa ansiedad e incertidumbre: “si encesto el papel en la papelera, me van a coger en ese trabajo” “tengo que usar en el examen el bolígrafo con el que estudié para que salga bien”. Os habréis dado cuenta de que, en estos ejemplos, la persona sí puede tener control o formas de incrementar este sobre la situación: puede formarse y convertirse en un buen candidato para dicho trabajo, y puede estudiar para aprobar u obtener buena calificación. No obstante, aquí influyen tres cuestiones:
- En una gran cantidad de situaciones, a pesar de que puedan depender en gran medida de nuestros actos, también hay una parte de azar, factores externos y elementos incontrolables o impredecibles: puedo encontrarme mal el día del examen y que no me salga bien; puedo tener un incidente que haga que llegue tarde a la entrevista de trabajo y me perjudique como candidato.
- El control percibido que tenemos es subjetivo, de modo que alguien que ha estudiado todo debidamente puede experimentar igualmente una falta de control sobre la situación, dependiendo su aprobado de la suerte y otros factores externos. Por otro lado, alguien que ha estudiado menos puede sentirse más seguro en relación con su manejo de la situación, confiando en lo que sabe así como en sus habilidades a la hora de hacer exámenes tipo test.
- La necesidad y el deseo de control varía según la situación y la persona. Hay personas que tienen una mayor necesidad de tener todo bajo control, y sienten una tremenda incomodidad ante la incertidumbre y la idea de que no solo dependa de uno mismo, sino también de factores incontrolables. Otras personas, sin embargo, no tienen esta necesidad tan elevada y se sienten cómodos a pesar de que una situación pueda depender en gran medida de factores ajenos.
Cuando consideramos estas tres cuestiones en su conjunto, vemos la importancia de un equilibrio. Si queremos que conseguir un puesto de trabajo dependa únicamente de nosotros, es difícil que tengamos un control percibido acorde, tendríamos que controlar cosas ajenas a nuestra completa voluntad: la impresión subjetiva que pueda tener el entrevistador, que no haya incidencias que me impidan llegar a tiempo, que no haya candidatos con más experiencia, etc. Esto dicho así suena deprimente, parece que no está en nuestra mano e invita a no intentarlo, pero todo lo contrario.
Lo que ocurre cuando esta discrepancia entre control percibido y deseado es grande, así como la ansiedad resultante, es que comenzamos a idear formas de control que nada tienen que ver con el resultado que queremos conseguir: tocamos madera, nos ponemos la corbata de la suerte, pisamos solo las líneas blancas de un paso de cebra, evitamos pensar en determinadas cosas que lo gafarían o en cosas negativas que puedan ocurrir, no vayamos a aumentar la probabilidad de que sucedan por pensarlas (tocamos madera). Todo esto de alguna forma palia ese deficit, haciéndonos sentir más al mando y reduciendo la ansiedad.
¿Cuál sería la alternativa? En primer lugar, tener una necesidad de control ajustada a la realidad. Podemos controlar hasta donde nosotros podemos actuar, es decir, la aceptación de que hay situaciones y factores que escapan a nuestro control, y que no pasa nada. En segundo lugar, tener un control percibido adecuado: hay veces que infravaloramos nuestras capacidades y habilidades cuando vamos a enfrentarnos a una situación, confiando más en la suerte derivada de estos rituales que en nuestro propio esfuerzo y méritos.
A pesar de lo dicho, tampoco hay que criminalizar a la superstición; cómo decíamos, es algo inherente al ser humano el tratar de controlar lo incontrolable. De hecho, en ocasiones es totalmente inocuo, convirtiéndose en tradiciones que forman parte de nuestra cultura, como tomar las uvas en fin de año, llevar una docena de huevos a las Clarisas para que no llueva el día de una boda, etc. Así que ya sabes: haz lo que esté en tu mano para conseguir aquello que quieres, acepta aquello sobre lo que no puedes influir y, si quieres, toca madera.
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