Durante los meses de embarazo, he ido recibiendo todo tipo de consejos. Esto me ha hecho reflexionar sobre la cantidad de consejos que damos y recibimos en nuestro día a día. Convivimos con todo tipo de consejos; algunos nos ayudan, otros nos molestan y muchos nos los dan sin haberlos pedido.
También he podido ver lo vulnerables a opiniones e indicaciones que podemos ser y cómo, si no disponemos de asertividad o de una buena toma de decisiones, podemos estar muy expuestos a caer en lo que los demás nos sugieren.
Durante estos meses he ido recibiendo auténticas barbaridades de consejos, como bebés que han sufrido daños por algo que yo pretendía hacer o indicaciones de desconocidos que dejara de hacer deporte y que me fuera a casa a ver telenovelas.
Que recibamos bien o no un consejo depende de muchos factores: de lo que conozcamos a la otra persona y del nivel de confianza que tengamos con ella, del agrado que nos suscite, de cómo de útil nos resulta lo que nos dice, etc.
Además, en gran parte de las ocasiones, que recibamos bien o no un consejo depende desde «dónde» percibamos que lo hace la otra persona. ¿Desde dónde le nace? Si es desde un enfoque de ayuda —aunque no nos guste el consejo—, probablemente lo recibamos mejor que desde un enfoque que se perciba desde una lección, mera opinión o con una connotación de suficiencia, condescendencia o desdén.
¿Cómo dar un buen consejo?
Generalmente, cuando damos un consejo, nuestra única intención es: AYUDAR.
Para poder aconsejar, tenemos que estar seguros de que la persona realmente nos lo ha pedido o lo está esperando, ya que, en muchas ocasiones, compartimos una vivencia o un problema con el único objetivo de sentirnos escuchados o validados, no buscando una recomendación que solucione lo que planteamos.
Asimismo, para poder hacerlo de una manera adecuada, hay que atender al contexto de la otra persona y ponernos en su lugar. Lo que nos funciona o nos va bien a nosotros, no necesariamente le tiene que funcionar o ir bien a los demás.
Además, tampoco es necesario compartir experiencias personales ya que en ese momento la otra persona está centrada en lo que le ocurre a ella, no queriendo escuchar, probablemente, la experiencia de otra persona.
Hay que dar tiempo y escuchar todo tranquilamente, sin precipitarnos.
De la misma forma, es importante no caer en clichés como: «cree en ti y lo conseguirás» o «si quieres, puedes». Con este tipo de frases hechas, genéricas y «sociales», no estamos validando a la otra persona. Lejos de ello le estamos pudiendo crear expectativas no realistas.
Igualmente, habría que evitar darlos desde la imposición, por ejemplo: «tú lo que tienes que hacer es…». También si el consejo está juzgando lo que hace, piensa o siente el otro; por ejemplo: «si hicieras deporte, eso no te pasaría…». De esta forma podemos estar culpabilizando o presionando a la otra persona.
No anticipar o decir algo que la persona ya sabe. Si es conocedora de ello, le puede resultar tenso o irritante. Además, ya no sería un consejo sino algo que le estamos instando a cumplir a base de nuestra insistencia.
Tanto recibir como dar consejos es una habilidad social, así que tanto si sueles darlos o estás en un periodo en el que eres más susceptible a recibirlos… ¡Mucha asertividad y buen humor!
Graduada en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid. Máster en Psicología General Sanitaria (Universidad Pontificia de Comillas). Máster en Terapia Cognitivo-Conductual con niños y adolescentes (Universidad Pontificia de Comillas).