No es fácil, siendo adulto, tomar la decisión de acudir al psicólogo. Y todo se complica aún más cuando se trata de decidir si llevamos a un hijo.
A los niños y los adolescentes, en general, “se les lleva”al psicólogo. Aunque no siempre, lo más frecuente es que sean los adultos quienes decidan iniciar una terapia. Y eso introduce muchas variables, porque los padres, en la terapia de un hijo, son como poco coterapeutas y, en la mayoría de los casos, también objeto de intervención y cambio.
Para empezar, habría que responder a una pregunta como la siguiente:“¿pero esto es de psicólogo?”. Y es que, ciertamente, no es necesario que el niño tenga un trastorno mental grave para decidir comenzar una terapia. Sólo hay que preguntarse si alguien está sufriendo a causa del problema de mi hijo, o si su vida cotidiana no puede desarrollarse con la normalidad que debería.
Los pensamientos que nos frenan
En el día a día de la consulta, aparecen con frecuencia ideas y afirmaciones como éstas:
“Yo no creo en los psicólogos”. Perfecto. No es necesario. Afortunadamente, que las técnicas funcionen no es cuestión de fe. Igual que un antibiótico cura una infección sin necesidad de confianza, así la aplicación correcta de las indicaciones del profesional solucionará el problema. La psicología clínica es una ciencia y no necesita de nuestras creencias, ni siquiera de nuestra comprensión, para ser efectiva.
“Es que si tan pequeño empieza ya con psicólogos…”. Yo suelo pedir a los padres que terminen la frase. Y el miedo viene a ser, más o menos, que el niño termine tarumba en un plazo sin especificar. Ellos mismos suelen darse cuenta, mientras contestan, de que no hay riesgo. Iniciar una terapia, en muchas ocasiones, es más bien prevenir futuros problemas. Si toda la familia aprende técnicas e instrumentos que les ayuden a adaptarse, ¿no será para mejor?
“Soy un mal padre / madre por no saber manejar esto”: Nadie nace sabiendo, ni los niños vienen con un manual debajo del brazo. Y durante su crianza encontramos con mucha frecuencia situaciones que, sencillamente, son difíciles de sobrellevar y agotan nuestros recursos personales. En ese momento, acudir a un profesional que nos enseñe las herramientas adecuadas nos puede ahorrar mucho sufrimiento, a nosotros y a nuestro hijo. Probablemente, el mal padre/madre sería aquél que no buscara soluciones.
“Le / nos van a mirar mal”: Es curioso, esto es algo que preocupa más bien a los padres. Raramente a un chaval le importa que los demás se enteren de que “va al psicólogo”. Todos ellos conocen compañeros que también lo hacen. Cuando son pequeños, con frecuencia se les dice que van “a ver a una amiga de mamá”. Y claro, el niño no entiende nada, ni asume que debe hacer lo que el profesional le dice que haga. Es importante decirlesla verdad. Si no sabéis explicarle qué es un psicólogo (ocurre con frecuencia), pedid a vuestro terapeuta que os ayude en la primera consulta.
“Los trapos sucios se lavan en casa”: Empecemos por cuidar el lenguaje: ¿son trapos sucios? ¿Algo de lo que avergonzarse? ¿O simplemente problemas, como los que todos tenemos en ocasiones?
“¿Por qué tiene nadie que decirme cómo actuar con mi hijo/a?”. Si un niño o adolescente llega a la consulta, es porque lo que se ha intentado en casa no está funcionando. Porque nadie va al psicólogo “a la primera”, sino cuando ya no sabemos qué más hacer. Y sería un error insistir en repetir lo mismo que no ha servido.
“Si yo ya se lo que le pasa”: Y a veces es verdad. La información que los padres nos aportan es muy útil para nuestro trabajo. Pero otras, ese tipo de afirmaciones hacen referencia a etiquetas negativas asignadas al niño: es un vago, es un desastre… Y esa forma de explicar el problema tranquiliza a veces a los progenitores (la responsabilidad es del hijo, no suya ) pero nos coloca en una situación de indefensión, porque si el problema es que el niño “es así” poco podremos hacer. Afortunadamente, se trata de explicaciones falsas.
“Estas cosas siempre han pasado”: Se oye mucho en referencia a problemas como el acoso escolar o el descontrol de los adolescentes, por ejemplo. Y tienen y no tienen razón. Las circunstancias no son comparables, ni lo es el tipo de relación entre iguales y de los hijos con los padres; pero siempre ha habido niños sufriendo por temas como éstos. La buena noticia es que ahora se puede tratar de solucionar, y antes no se hacía.
“Es muy artificial, eso no es lo que a mí me sale”: Lo que controla nuestra conducta son sus consecuencias. Es más probable que repitamos aquellas que nos han traído consecuencias positivas. Eso es lo que denominamos reforzamiento. Cuando cumplimos con nuestra obligación, todos lo hacemos porque, por el motivo que sea, nos compensa. Si un niño no se comporta como seria esperable pueden ocurrir dos cosas: o la conducta correcta no está siendo adecuadamente reforzada, o la que estamos reforzando es la inadecuada; y eso quien mejor puede valorarlo es el profesional. De ahí que en ocasiones se requiera de los padres un cambio en su forma de responder al comportamiento de su hijo. Cambio que, a veces, puede resultar chocante hasta que se comprueba su eficacia: Chocante para padres que sienten que no deben premiar a su hijo por hacer lo que debe o, también, chocante para padres a los que se les indica que deben contrariar de alguna forma a su hijo y temen el conflicto o perder su cariño si le generan malestar.
Qué esperar, entonces
Tras una evaluación inicial, el psicólogo os dará:
- Un diagnóstico, con o sin nombre, de qué está ocurriendo y por qué ocurre.
- Unos objetivo fijados.
- La explicación de las técnicas que se vayan a emplear.
- Una duración estimada del tratamiento (aunque es imposible calcularlo exactamente, sí se puede estimar).
Busca, por supuesto, profesionales colegiados y en posesión de la titulación adecuada. Además, desconfía de intervenciones que dejen al margen a los padres. Recuerda que el psicólogo está obligado a informaros acerca de lo que trabaja con vuestro hijo, y con qué objetivo lo hace.
Directora del Centro. Licenciada en Psicología.
Máster en Psicología Clínica Infanto-Juvenil y Familiar (Grupo Luria) y Especialista en Estimulación Precoz y Atención Temprana (ACIT). Experto en Medicina Psicosomática y Psicología de la Salud por la Sociedad Española de Medicina Psicosomática y Psicoterapia (Universidad San Jorge, Zaragoza). Terapeuta EMDR NI adultos y niños y adolescentes (Instituto Español EMDR, acreditada por EMDR Europe). Experto en Mindfulness para la intervención clínica y social (COP Madrid, 2018). Especialista en ACT en infancia y adolescencia (MICPSY, 2021)