No es frecuente encontrarse con películas que reflejen problemáticas relacionadas con la vejez, y menos aún que lo hagan con la verosimilitud de 45 años (45 Years, Andrew Haigh, 2015), uno de esos títulos que, por su propio planteamiento narrativo, nos permite asistir como espectadores privilegiados a parcelas de vida de sus protagonistas: Kate (Charlotte Rampling) y Geoff (Tom Courtenay) son un matrimonio de avanzada edad que, en la tranquilidad de su plácida existencia en la campiña inglesa, se preparan para celebrar, junto a familiares y amigos, 45 años de convivencia suponemos que feliz; al menos, en base a lo que nos muestran los primeros compases del filme: la cámara nos descubre a Kate paseando con el perro por el campo, charlando animadamente con el cartero para, una vez de regreso a la casa, conversar con Geoff que le espera, recién levantado, en la cocina. Unos pocos minutos de metraje y ya somos plenamente partícipes de la cálida cotidianeidad que desprende esta pareja, tras varias décadas de existencia común. Y sin embargo…
Un fantasma del pasado, que adopta la forma de un hallazgo inesperado, va a enrarecer la convivencia del matrimonio; si bien al principio ambos se esfuerzan por restarle importancia, su insidioso efecto se hará patente con el trascurrir de la semana, minando los cimientos de una relación que, una vez abierta la veda de la desconfianza mutua, revelará que estos no eran tan sólidos como a priori parecían. A favor de este planteamiento dramático juega la estructura narrativa de la película, dividida en los días que van restando hasta la celebración del sábado, de manera que lo que el lunes apuntaba a onomástica feliz acabará convirtiéndose en la víspera en doloroso ejercicio de simulacro social, de cara a mantener las apariencias. Y es que si algo resulta meritorio de 45 años es el provecho que obtienen sus responsables creativos de su punto de partida, sin incurrir en excesos melodramáticos o salidas de tono: la evolución emocional que experimentan Geoff y Kate resulta totalmente creíble.
Algo que no sería posible sin la espléndida labor de sus dos intérpretes, a los que hemos visto cumplir años, a lo largo de sus extensas filmografías respectivas, en la gran pantalla. En este hecho, para nada una cuestión menor, se apoya el mayor interés de este título, más allá de sus méritos propiamente fílmicos: el aplomo con que Tom y Charlotte encarnan a Geoff y Kate consigue trasmitirnos, sin filtrado que valga, las problemáticas que podrían caracterizar una relación de pareja en la vejez, lo que muy raramente hemos visto previamente en cine, y mucho menos con la valentía y frontalidad con que es expuesta. Así, el plácido trascurrir del tiempo, la cotidianeidad de las pequeñas cosas se alterna con las discusiones y desencuentros, los momentos de intimidad y la zozobra ante la pérdida de un suelo que se creía firme.
En una sociedad como la actual, obsesionada por la juventud en su vertiente más hedonista, resulta lamentablemente coherente el relegar a la tercera edad a un papel meramente decorativo, como si la función de los abuelos y abuelas no fuera otra que ocuparse de los nietos, hacer ganchillo y jugar al mus en el bar de la esquina. Y lo cierto es que las personas mayores son mucho más que el arquetipo instrumental al que parece relegarles el signo de los tiempos; en una época en que los avances médicos están posibilitando que cada vez seamos más longevos y, lo que es aún más importante, gocemos de unos estándares mayores de calidad de vida, no parece de recibo esta visión tan desapasionada de la vejez. Y por ello resulta de agradecer la naturalidad con que los protagonistas del filme se abrazan, discuten acaloradamente o mantienen relaciones sexuales. La relación de pareja que se nos muestra podría estar, con las lógicas diferencias, encarnada por dos veinteañeros; en este hecho reside la principal virtud de esta excelente 45 años.

Licenciado en Psicología.
Master en Psicología Clínica y de la Salud por la Universidad Complutense de Madrid. Psicólogo colaborador de la Clínica Universitaria de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid