La fagofobia es la fobia específica que se fundamenta en el temor irracional a ingerir alimentos por miedo a ahogarse. Aunque el miedo a tragar se desarrolla con más frecuencia en la infancia, también puede producirse en personas adultas de cualquier edad.
Su origen se relaciona con haber tenido una experiencia de ahogo o atragantamiento propia que no se ha resuelto correctamente, o bien por haber vivido de forma traumática dicho suceso al presenciarlo u oír cómo le ocurrió a otras personas.
¿Cómo funciona la fagofobia?
Como cualquier fobia, supone un miedo o ansiedad intensa al exponerse al hecho temido (en este caso tragar) de forma que la persona evita persistentemente afrontar dicha situación. Sabemos que el miedo es desproporcionado al peligro real, sin embargo se vive con tal intensidad que acaba deteriorando la vida de quien lo experimenta.
Dado que la deglución, o el acto de tragar, se percibe como un acto peligroso, la exposición a dicha conducta provoca una respuesta inmediata de ansiedad pudiendo darse incluso un ataque de pánico situacional.
Cuando sentimos ansiedad, nuestro cuerpo se prepara para afrontar el peligro manteniéndonos en un estado de alerta donde se agudizan nuestros sentidos para identificar cualquier señal de amenaza. De esta manera, empezamos a prestar mucha atención a todas las sensaciones que experimentamos al deglutir y las analizamos minuciosamente en busca de cualquier indicador de peligro. Señales que hasta entonces habían sido neutras y pasaban desapercibidas, como un simple cosquilleo en la garganta al pasar la comida por la misma, ahora se interpretan como señales de posible ahogamiento. Como veis, sensaciones normales y naturales que normalmente no percibiríamos a no ser que prestásemos mucha atención, se convierten en señales de alarma.
Cuando consideramos peligrosa dicha sensación, enviamos una señal de peligro a nuestro cerebro dándole a entender que tenemos un cuerpo extraño en la garganta. De esta manera, los músculos de esta área reaccionan automáticamente para evitar que se ingiera por completo dicho alimento.
Un buen ejemplo de ello sería la tos: un mecanismo de defensa involuntario que expulsa las sustancias que se han ido por el conducto equivocado protegiendo así la tráquea y los pulmones. Otro ejemplo también sería el cierre de la garganta, de forma que nos cuesta deglutir y sentimos con más intensidad el paso de los alimentos por la misma. Ambas son reacciones reflejo que nos protegen de la supuesta amenaza y que en ningún caso ponen en peligro nuestra vida.
Como consecuencia, la persona va descartando progresivamente alimentos según sus características de forma que puede terminar restringiendo su dieta al consumo de alimentos blandos o líquidos, que no necesitan prácticamente ser masticados.
¿Cómo se trata la fagofobia en terapia?
El tratamiento consistirá en afrontar el miedo de forma gradual. Para ello, empezaremos por una fase educativa con el objetivo de entender el origen del problema y su funcionamiento. Después la persona aprenderá a regular la ansiedad de manera que poco a poco se vaya sintiendo más segura y competente a la hora de gestionarla. Y por último, se irá exponiendo gradualmente a los alimentos y estímulos temidos, comenzando por los más sencillos, de forma que se vaya recuperando la confianza.
Se trata de que la persona normalice el acto de comer y que este no le limite en otras áreas de su vida que pueden verse afectadas colateralmente. Al fin y al cabo la comida, aparte de ser una necesidad básica, está presente en muchas de nuestras escenas cotidianas y funciona como vehículo de comunicación e interacción social.
La terapia cognitivo-conductual para el tratamiento de la fagofobia suele tener fantásticos resultados y su pronóstico será aun mejor cuanto antes detectemos y tratemos el problema.
Begoña Rodríguez-Acosta
Psicóloga General Sanitaria. Licenciada en Psicología por la Universidad Pontificia Comillas. Master en Psicología Clínica y de la Salud (CINTECO) y Experto en terapia de pareja. Ha colaborado en asociaciones y empresas como en el servicio de atención a niños y adolescentes en riesgo (ANAR) y en Thinking Psiconutrición.