En las reflexiones que he venido publicando acerca de los aspectos que considero más relevantes en el ámbito de la psicología, insisto mucho en la importancia de cuidarnos: ser felices y llevar una vida sana. Pero por más que perseveremos en este empeño fundamental, va a haber ocasiones en que no consigamos darle esquinazo al malestar; inclusive que este estado indeseado que debería ser transitorio, se prolongue en el tiempo más de lo que nos gustaría… es ley de vida, y más allá de considerarlo como una oportunidad para aprender de nosotros mismos, poniendo en práctica aquellas estrategias, a buen seguro con esfuerzo, que nos permitan hacerle frente, lo realmente importante es lograr mitigarlo cuanto antes, trayendo de nuevo el equilibrio a nuestra existencia: ¿qué es lo que no podemos olvidar? Mirar al futuro con optimismo.
En esto consiste la esperanza, una de las grandes fortalezas humanas, precisamente porque debemos esforzarnos tanto para imbuirnos de ella como para mantenerla en el tiempo, pero su efectividad está fuera de toda duda. Atendiendo a los postulados del modelo de vulnerabilidad-estrés, de importancia capital para entender de qué manera enfermamos, constituiría uno de nuestros principales factores de protección: aquellos que nos preservan de desarrollar una patología, sea física y/o mental, con independencia de la predisposición que presentemos; o bien posibilitar nuestra mejoría, una vez que esta se halla manifestado. Esta confianza en el futuro sería lo opuesto a la desesperanza, que en el ámbito de la salud mental actúa como elemento definitorio de muchos trastornos, especialmente los del estado de ánimo. Pero dejando de lado la psicopatología, tiene igualmente consecuencias que conviene no pasar por alto: una visión negativa hacia lo que nos depara el mañana puede dar al traste con la consecución de nuestras metas vitales.
A este respecto, alude Isabel Serrano-Rosa (directora de EnPositivoSí) —en su interesante artículo publicado en el suplemento Papel del diario El Mundo— a la importancia de conceptualizar la esperanza como una capacidad que nos permite conseguir nuestros objetivos personales, siendo fundamental tratar de no perderla cuando surjan las dificultades. Esta confianza en uno mismo será puesta sistemáticamente a prueba en la travesía que narra La vida de Pi (Life of Pi; Ang Lee, 2012), película citada en dicho artículo. Pese a las múltiples adversidades a las que deberá enfrentarse el protagonista de esta historia, Pi alcanzará su destino, que no es otro que sobrevivir, gracias a una convicción inasequible al desaliento, su contagiosa vitalidad y la puesta en valor de los progresos, por pequeños que estos sean, alcanzados a lo largo de su periplo. El mensaje que nos lega esta maravillosa película, grabado poderosamente en la memoria gracias al poder movilizador de sus bellísimas imágenes, es que el ser humano es capaz de proezas increíbles, siempre y cuando sea capaz de movilizar todos sus recursos para alcanzar un fin; por difícil, inclusive imposible, que este pueda parecer.
Y es que como dice el refrán español: “La esperanza es lo último que se pierde”. Pero más que como un acto de fe —¡Qué también ayuda!— debemos entenderla como la confianza depositada en nosotros mismos, nuestras fortalezas y capacidades, para conseguir los que nos propongamos. Como apunta Martin Seligman, uno de los autores que más ha contribuido a la definición psicológica de este concepto: “El arte de la esperanza es encontrar causas permanentes y generalizadas para los eventos positivos, y causas temporales y específicas para los eventos negativos”. No se trata de negar el pesar, que además de ser inevitable tiene su función, sino de evitar instalarnos en la negatividad, atribuyéndole causas concretas, ligadas a situaciones que conocemos y podemos abordar. Dejando de lado los brindis al sol hablamos de interiorizar una visión positiva de las cosas, que parte del realismo inherente a aplicar el raciocinio con el objetivo de alcanzar, antes o después, nuestros propósitos. Así que ya sabéis; no deis crédito a los profetas del desastre que pululan a vuestro alrededor, y no perdáis la esperanza: la mejor manera de invertir en felicidad.
Licenciado en Psicología.
Master en Psicología Clínica y de la Salud por la Universidad Complutense de Madrid. Psicólogo colaborador de la Clínica Universitaria de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid