«Una generación que no soporta el aburrimiento será una generación de escaso valor» Bertrand Russell
Todas las generaciones han oído eso de “ay, estos niños siempre están aburridos, no saben entretenerse”. Y no. No hay generaciones que se aburran más que otras. Sí hay, y en eso puede que los niños de ahora tengan un problema, generaciones con más dificultades para tolerar el aburrimiento, por el malestar que éste genera, y con menos recursos para afrontarlo con éxito. Porque, como pescadilla que se muerde la cola, escapan de él tan rápido que no les da tiempo a aprender a manejarlo.
ABURRIRSE ES SANÍSIMO
Son muchas las ventajas del aburrimiento. Y muchos los genios que, como William Faulkner, reconocen haber producido sus mejores obras tras un momento de aburrimiento.
Lo más obvio es que el aburrimiento favorece la creatividad. Claro, pone al niño en situación de generar alternativas posibles que le permitan solucionar su problema. Es una habilidad que los psicólogos llamamos flexibilidad cognitiva. Como si de una tormenta de ideas se tratase, nos permite buscar cuantas más soluciones mejor, de manera que a continuación elijamos la que en función de los criterios que sea, nos parece óptima. Obviamente, esto sólo funciona si es el niño quien genera alternativas y elige. Si los padres vuelan a socorrerle, lo que el niño aprende es que él no es el encargado de solucionar ese problema: no tiene más que abrir la boca y sus padres proveerán. No es la mejor base para que nuestro hijo aprenda que la mayoría de sus éxitos o fracasos van a depender de él (locus de control interno que acompaña a la madurez) y no de factores ajenos a su control (locus de control externo, que nos deja indefensos ante los problemas).
Los estudios, al hilo de esta idea, demuestran que el locus de control interno es mayor en las personas que menos se aburren. Y no es porque se aburran menos veces, sino porque han aprendido estrategias útiles para salir del aburrimiento. En la misma línea, los jóvenes que muestran mayor curiosidad y deseo de aprender y, por tanto, un rendimiento académico más alto, son aquellos que puntúan menos en aburrimiento.
El desarrollo psicológico requiere de espacios vacíos: los niños necesitan tiempo para crear una vida interior más rica, para desarrollar la capacidad de observación, para asimilar sus experiencias, para hacerse autónomos a partir de la reflexión y el esfuerzo para sobreponerse a un malestar o aceptarlo.
El aburrimiento puede también volver a los niños hacia otros niños, para jugar con ellos, si no tienen disponible el recurso fácil de la pantalla. ¿Qué mejor manera de avanzar en la socialización que buscar compañeros de juego?
EXCESO DE ESTIMULACIÓN
Resulta aquí muy oportuna una cita de Bertrand Russell:
“En general, los placeres de la infancia deberían ser los que el niño extrajera de su entorno aplicando un poco de esfuerzo e inventiva. Los placeres excitantes y que al mismo tiempo no supongan ningún esfuerzo físico, corno por ejemplo el teatro, deberían darse muy de tarde en tarde. La excitación es como una droga, que cada vez se necesita en mayor cantidad, y la pasividad física que acompaña a la excitación es contraria al instinto. Un niño, como una planta joven, se desarrolla mejor cuando se le deja crecer sin perturbaciones en la misma tierra. El exceso de viajes, la excesiva variedad de impresiones, no son buenos para los jóvenes, y son la causa de que, a medida que crecen, se vuelvan incapaces de soportar la monotonía fructífera. No pretendo decir que la monotonía tenga méritos por sí misma; solo digo que ciertas cosas buenas no son posibles excepto cuando hay cierto grado de monotonía.”
¡Y Russell hablaba del teatro y de los viajes! ¿Qué pensaría de nuestras pantallas, de las innumerables actividades extraescolares, del continuo bombardeo de estimulación e información que reciben nuestros hijos? Ya, ya sé que las épocas son diferentes, pero una reflexión sí merece, creo.
Lo que es cierto es que niveles muy altos de estimulación sostenida hacen que cada vez necesitemos más, como si de una adicción se tratase. Y todo lo que no es intenso pasa a ser insípido y, por lo tanto, aburrido. Y la monotonía es, efectivamente, el caldo de cultivo de muchas cosas que merecen la pena.
Nuestros hijos viven rodeados de juguetes, pantallas, actividades… Es como si siempre comieran picante y esto les hiciera ir poco a poco a perdiendo la capacidad de degustar y apreciar los sabores simples, como una tortilla de patata.
El exceso de estimulación hace que, en ocasiones, no exista espacio para la reflexión, que es parte de la esencia del ser humano. «Hay dos formas de impedir pensar a un ser humano», apunta Santiago Alba Rico. «Una es obligarle a trabajar sin descanso; la otra, obligarle a divertirse sin interrupción».
PANTALLAS Y NUEVAS TECNOLOGÍAS: NI AMIGAS, NI ENEMIGAS
Al principio señalaba que los niños ahora escapan tan rápido del aburrimiento que no tienen tiempo de aprender a manejarlo. Y es que es tan fácil recurrir al móvil, la tablet, la consola o la TV… Y fin del aburrimiento. Y fin también de todas las cosas positivas que un poco de aburrimiento les podría aportar.
No se trata, desde luego, de suprimir las pantallas en sus vidas. Las pantallas también les enseñan muchas cosas. Y, para qué negarlo, son un buen recurso en situaciones especiales. Además, nuestros niños son hijos de su época, y en su época las pantallas son omnipresentes.
También los investigadores se han preocupado de relacionar adicción a las nuevas tecnologías y aburrimiento. Resulta fácil anticipar los resultados, ¿no? Los jóvenes adictos se aburren fácilmente y no han aprendido a generar recursos para afrontar el aburrimiento distintos de encender la pantalla. Obviamente, son muchos los factores a tener en cuenta, no es cuestión de simplificar. Pero la próxima vez que tu hijo incordie porque está aburrido, piénsatelo dos veces antes de alargarle tu móvil a la primera de cambio.
Las pantallas reducen el aburrimiento, pero los investigadores señalan que también reducen el estado de Flow (flujo, en una traducción difícil al castellano). Se trata de ese estado especial de la mente que alcanzamos cuando estamos absolutamente inmersos en una tarea que nos gusta, que no es excesivamente fácil ni excesivamente difícil, y que nos genera la suficiente ansiedad para mantenernos alerta. Queremos alcanzar nuestro objetivo, nos deslizamos hacia él como si nos arrastrara una corriente, el tiempo pasa volando y hay quien dice que es lo más parecido a la felicidad. Por ejemplo, es lo que sentimos cuando nos concentramos en una tarea concreta dentro de nuestras aficiones; sería, por ejemplo, la tarde entera que un aficionado a la fotografía dedica a aprender a hacer retratos.
EL PAPEL DE LOS PADRES
“Mamaaaaa, me aburroooo….”. Cantinela fatídica. Hace que a veces los padres se sientan culpables, por considerar erróneamente que los niños tienen que estar perpetuamente divertidos y que, además, lograrlo es responsabilidad suya, En ese caso, los progenitores empiezan por proponer actividades que el niño puede hacer sólo (¿por qué no haces pulseritas con el regalo que te hizo la tía?) o, si esto no funciona, con él (¿quieres que bajemos a jugar al fútbol?) o, incluso, sin el niño (¿quieres que te monte el scalextric?). Y, si no, siempre nos quedará la pantalla, que la verdad es que no falla.
Pero resulta difícil aguantar el tirón, y dejar que el niño se las apañe sólo. Por eso pueden ayudar las siguientes ideas, que poco a poco ayudarán a que el niño aprenda a manejar por sí mismo su aburrimiento:
- Deja de poner cara de horror ante el anuncio. Cuando tu hijo te notifique que está aburrido, valóralo como algo positivo. “¡Qué bien! ¿Y qué piensas hacer?”.
- Prepárate para las malas caras y las quejas. Si el niño está acostumbrado a que le soluciones el problema, es evidente que cuando dejes de hacerlo no se va a rendir a la primera. Insistirá y se pondrá pesado, quizá muy pesado. Aguanta y felicítale cuando lo consiga.
- Facilítale (al principio, le puedes ayudar) un banco de ideas, un soporte (pizarra, caja…) donde ir apuntando posibles alternativas para cuando esté aburrido.
- Programa en su vida ratos sin pantallas y sin un contenido especial. Una tarde de sábado sin tele, sin consola, y sin tener la obligación de llevar a los niños a algún sitio para que no se aburran. Y, por supuesto, haz tú de modelo: dedícate a tus aficiones o a no hacer nada, de manera que tus hijos aprendan que ambas son también opciones válidas. Quizá algunos días de las vacaciones puedan servirnos también (en la naturaleza, sin actividades de aventura ni culturales… sólo el campo o la playa).
REFERENCIAS:
Eren, A., & Coskun, H. (2016). Students’ level of boredom, boredom coping strategies, epistemic curiosity, and graded performance. Journal of Educational Research, 109(6), 574–588.
Puente-Díaz, R., & Cavazos-Arroyo, J. (2017). Creative Self-Efficacy: The Role of Self-Regulation for Schoolwork and Boredom as Antecedents, and Divergent Thinking as a Consequence. Social Psychology of Education: An International Journal, 20(2), 347–359.
Saad, L. (2017). How Do Parents Handle Their Children’s Boredom? Gallup News Service,
Spencer, J. (2018). The Gift of Boredom: Boredom can be a surprising component to the creative process–even in the classroom. Educational Leadership, 76(4), 13–17.
Directora del Centro. Licenciada en Psicología.
Máster en Psicología Clínica Infanto-Juvenil y Familiar (Grupo Luria) y Especialista en Estimulación Precoz y Atención Temprana (ACIT). Experto en Medicina Psicosomática y Psicología de la Salud por la Sociedad Española de Medicina Psicosomática y Psicoterapia (Universidad San Jorge, Zaragoza). Terapeuta EMDR NI adultos y niños y adolescentes (Instituto Español EMDR, acreditada por EMDR Europe). Experto en Mindfulness para la intervención clínica y social (COP Madrid, 2018). Especialista en ACT en infancia y adolescencia (MICPSY, 2021)