Por Víctor de la Torre
Hace aproximadamente un año reflexionábamos sobre las consecuencias de la crisis, profundizando en el significado último del término conceptualizándolo como una oportunidad de cambio y no un castigo impuesto desde fuera. Lo cierto es que en este tiempo, lejos de mejorar, la situación económica no ha dejado de empeorar, con la lógica cronificación de las implicaciones psico-sociales que ello conlleva. Ante la certeza —alimentada día tras día por una política de comunicación cuando menos temeraria— de que ni sabemos a ciencia cierta cuando terminará esta situación ni, lo que es más importante, hasta donde se van a ver afectados nuestros estándares actuales de vida se impone dirigir el foco atencional hacia nosotros mismos y dejar de esperar, agónicamente, el interminable goteo de datos a cada cual peor.
La buena noticia es que las personas tenemos fortalezas propias, sólidamente establecidas de base o bien susceptibles de ser primero aprendidas y después desarrolladas, que nos posibilitan un afrontamiento activo, mantenido en el tiempo si fuera necesario, de todos aquellos estresores situacionales que pudieran ir surgiendo a lo largo de nuestra existencia. El término que aglutina esta suerte de parachoques contra los avatares de la vida es el muy en boga Resiliencia, utilizado en diversas disciplinas pero que aplicado al campo de la Psicología vendría a definirse como la capacidad presente en un individuo para hacer frente de manera adecuada a situaciones complicadas, de difícil solución. Pensemos, a modo de liviana metáfora, en la espiga que ante una racha de aire se pliega, sin romperse, para volver una vez calmado el viento a su posición original.
El desarrollo de esta idea ha conllevado, en el plano clínico, la aparición en los últimos años de nuevas corrientes más orientadas hacia lo que tiene en si la persona, por así decirlo, que lo que le falta. Este enfoque —más o menos novedoso— que engloba diversos procedimientos terapéuticos en la denominación Psicología Positiva resulta sumamente interesante al apostar por una visión más centrada en las diferencias individuales que en la sintomatología generalista, pero de ninguna manera, como han pretendido algunos teóricos del ámbito, debe considerarse la alternativa a la psicopatología como la conocemos actualmente; antes bien, el fomento de destrezas tales como el pensamiento lógico-creativo, la tolerancia a la frustración o la consecución de expectativas razonables ante los problemas van a permitirnos minimizar el surgimiento de determinados malestares, pero no su total desaparición.
En el caso de que estos se dieran, seguiría siendo lo más indicado la implementación de una terapia psicológica en la que se trabajase, aplicando las técnicas más eficaces, tanto la carencia (el síntoma) como la fortaleza (la prevención de posibles recaídas o trastornos futuros). Dos enfoques como vemos absolutamente compatibles, aplicables en momentos diferentes para conseguir lo más importante: el establecimiento de unos patrones de salud mental perdurables en el tiempo. No olvidemos, pues, que todos somos en esencia fuertes, resistentes, en una palabra, resilientes. Y que esta situación tan complicada a la que nos enfrentamos no podrá con nosotros si tenemos claros nuestros propios mecanismos de afrontamiento; ante todo, ser positivos, confiar en nuestras capacidades y no dejar de plantearse metas, propósitos y planes de futuro ilusionantes. Más pronto que tarde, estoy convencido de ello, se darán las condiciones para poder llevarlos a cabo.
Foto: Daniel Dionne
Licenciado en Psicología.
Master en Psicología Clínica y de la Salud por la Universidad Complutense de Madrid. Psicólogo colaborador de la Clínica Universitaria de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid