Hace unas semanas, al tercer día del desconfinamiento, me caí cuando montaba en bicicleta al quedárseme enganchado un pie en la cala.
Para mi sorpresa, cuando se lo comentaba a las personas de mi entorno, algunas de ellas (afortunadamente, los menos) me daban mensajes tales como: “anda que caerte”, “¿manejabas ya bien las calas?”, “Ay, cómo se te ocurre…” Sentí que algunas de las cosas que me decían no era lo que necesitaba oír y me acordé de una metáfora que leí hace unos años en un libro de Álvaro Bilbao (doctor en psicología y neuropsicólogo).
La metáfora que se describe en su libro El cerebro del niño explicado a los padres habla de imaginarnos el mundo de las emociones como si fueran una gran radio. Esta radio puede contar con diferentes frecuencias que pueden ser las diferentes emociones (alegría, calma, miedo…) y cada una de estas frecuencias se pueden escuchar a un volumen más o menos intenso.
Por ejemplo, tristeza y desconsuelo estarían en la misma frecuencia pero la última en mayor intensidad.
Para dar una buena respuesta empática y, por tanto, poder sintonizar con la otra persona, no solo tendríamos que estar en la misma frecuencia sino también en la misma intensidad.
Si ha fallecido mi hijo y un amigo me dice “debes estar molesto” parece claro que no está sintonizando ni con mi frecuencia ni con mi intensidad… pero y si me dice: “¿Cómo estás?”, “qué pena” igual si sintoniza con mi emoción pero la intensidad se queda corta. En este caso si probase a decir “qué dolor y desconsuelo” y lo acompaña de un fuerte abrazo, ahí puede contenerme y proporcionarme un entorno de seguridad emocional.
Veamos algunos ejemplos:
- A Lucía le han nombrado delegada de clase y nos lo cuenta dando saltos de alegría. Si le decimos “qué contenta estás” igual no lograremos sintonizar con su emoción pues se siente eufórica.
- “Papá, estoy cansado…”. En lugar de decir: “¡qué vas a estar cansado si te has dormido una siesta de dos horas!”; podríamos decir: “¿ah sí?, se te nota en la cara. Si quieres, nos tomamos algo para coger fuerzas”.
- “Mamá, el día de mi cumpleaños ha sido una birria…”. En lugar de decir: “¡pero si ha estado chulísimo, han venido un montón de amigos y tienes muchísimos regalos!” podríamos decir: “siento mucho que te hayas sentido así y más siendo tu cumpleaños, ¿qué ha pasado?”.
- Miguel está dolido y angustiado porque un compañero de clase le ha robado el aparato que se ha llevado a clase. En lugar de enfadarnos, regañarle o el “te lo dije” de primeras podríamos empezar por decir: “¿cómo ha sido?” Después ya habrá tiempo para hablar las cosas.
- Pablo está enrabietado porque no le compran una helado al pasar por su heladería favorita. En lugar de decir: “levántate ya del suelo, no te lo pienso comprar” de primeras; podríamos empezar por decir: “entiendo que estés enfadado, has visto el helado y quieres que papá te lo compre…”.
De esta forma:
- Sintonizaréis/empatizaréis con vuestros hijos.
- Validaréis sus emociones.
- No les provocaréis frustración añadida en dichas situaciones.
- Aumentaréis la probabilidad de que quieran compartir más cosas con vosotros.
La validación emocional implica el reconocimiento y la aceptación de las emociones de otra persona. No significa necesariamente que aprobemos o estemos de acuerdo sino que comprendemos lo que está sintiendo.
Y así, con todo tipo de emociones e intensidades. ¿No os ha pasado que contando una noticia ya sea buena o mala habéis notado que la persona que teníais delante no sintonizaba con vuestra emoción? Seguro que ahora mismo podríais hacer un repaso de las personas que tenéis en vuestro entorno que más sintonizan con vosotros, y muy probablemente os sintáis más libres y con más confianza y seguridad ante ellas.
Cada vez hay más estudios que indican que sentirse comprendido y validado emocionalmente es uno de los factores más importantes en el desarrollo emocional del niño. Para que un niño pueda saber, procesar y desarrollar determinadas emociones, necesita de la congruencia del adulto que responda ante ellas.
Por tanto, estar en sintonía con las emociones de los hijos resulta fundamental para que tengan una buena autoestima y brindarles un entorno seguro; o, mejor aún, proporcionarles un maravilloso legado: una educación en empatía.
Referencias bibliográficas:
Lambie, & Lindberg. (2016). The Role of Maternal Emotional Validation and Invalidation on Children’s Emotional Awareness. Merrill-Palmer Quarterly, 62(2), 129. https://doi.org/10.13110/merrpalmquar1982.62.2.0129
Bilbao, A. (2017). El cerebro del niño explicado a los padres. Barcelona: Plataforma.
Graduada en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid. Máster en Psicología General Sanitaria (Universidad Pontificia de Comillas). Máster en Terapia Cognitivo-Conductual con niños y adolescentes (Universidad Pontificia de Comillas).